[por Wara]
¡Nati, Nati, Nati, querida Nati! Acabo de encontrar una de tus postales –nunca te gustó escribir largamente- y al tiempo que se me ha venido encima la vieja melancolía he tenido que sentarme y comenzar a escribirte. ¡La sorpresa que te llevarás! ¿Cuánto tiempo hace ya? ¿Mil y un años? ¡Pero qué importa! Te tengo siempre en Cernuda, en sus palabras, en sus maravillosos versos… “Si el hombre pudiera decir lo que ama…” ¡Qué locura! ¿Recuerdas aquel día, que te empeñaste en transcribir este poema y enviárselo a dos chicos de clase, anónimamente, y luego fuiste donde ellos y revolviste e indagaste…? ¿Recuerdas aquel otro día, el del eclipse, en el centro de la Plaza del Toral? ¡Para quedarnos cegatas, nosotras y todos los demás que miraban al cielo ingenuamente, expectantes como críos! ¿Recuerdas aquel otro día, cualquiera, en la misma plaza y junto a la fuente, preguntándonos hasta cuándo conseguiría Atlas sostener el mundo a sus espaldas? Y él, desde lo alto, ignorando nuestras dudas y preguntas por absurdas… ¡Recuerdo la llave de tu casa…! Negra, antigua como las de hace cien años, pesaba una tonelada; ¡no había peligro para quien la llevara…! ¿Recuerdas a Diego, y cuánto lo quise…?
Querida Nati, no sé si sigues en la misma casa, la calle, el mismo lugar. Esta noche te escribo a las estrellas de nuestra ciudad. Me escribes en tu postal –vista nocturna de la Rúa Nueva-, con esa letra nerviosa que reconocería entre mil: “Querida R: En tránsito por Santiago te envío este pequeño recuerdo, ya que te muestras reacia a dejarte ver; aunque sé que estuviste por aquí de incógnito (a lo Greta Garbo). M. me visitó a su regreso de Barcelona, en Junio. No me explico la facilidad con la que te olvidaste de este pueblo, dame la fórmula porque yo no lo consigo. Besos, Nati”. Nunca conseguí olvidarlo, Nati; es mi gran secreto. La cura estaba en volver allí, pero yo no regresé, jamás, a excepción de las dos ocasiones necesarias para recoger mi título en la Facultad y colegiarme. Me escribiste un 8 de septiembre y omitiste el año, que supongo sería del mil y pico de ave, que diría Cunqueiro… Yo me pregunto como él, con tanto cansancio y nostalgia, “¿dónde están las nieves de antaño?”. Si leyeras esta carta, tal vez sabrías contestarme…
¡Nati, Nati, Nati, querida Nati! Acabo de encontrar una de tus postales –nunca te gustó escribir largamente- y al tiempo que se me ha venido encima la vieja melancolía he tenido que sentarme y comenzar a escribirte. ¡La sorpresa que te llevarás! ¿Cuánto tiempo hace ya? ¿Mil y un años? ¡Pero qué importa! Te tengo siempre en Cernuda, en sus palabras, en sus maravillosos versos… “Si el hombre pudiera decir lo que ama…” ¡Qué locura! ¿Recuerdas aquel día, que te empeñaste en transcribir este poema y enviárselo a dos chicos de clase, anónimamente, y luego fuiste donde ellos y revolviste e indagaste…? ¿Recuerdas aquel otro día, el del eclipse, en el centro de la Plaza del Toral? ¡Para quedarnos cegatas, nosotras y todos los demás que miraban al cielo ingenuamente, expectantes como críos! ¿Recuerdas aquel otro día, cualquiera, en la misma plaza y junto a la fuente, preguntándonos hasta cuándo conseguiría Atlas sostener el mundo a sus espaldas? Y él, desde lo alto, ignorando nuestras dudas y preguntas por absurdas… ¡Recuerdo la llave de tu casa…! Negra, antigua como las de hace cien años, pesaba una tonelada; ¡no había peligro para quien la llevara…! ¿Recuerdas a Diego, y cuánto lo quise…?
Querida Nati, no sé si sigues en la misma casa, la calle, el mismo lugar. Esta noche te escribo a las estrellas de nuestra ciudad. Me escribes en tu postal –vista nocturna de la Rúa Nueva-, con esa letra nerviosa que reconocería entre mil: “Querida R: En tránsito por Santiago te envío este pequeño recuerdo, ya que te muestras reacia a dejarte ver; aunque sé que estuviste por aquí de incógnito (a lo Greta Garbo). M. me visitó a su regreso de Barcelona, en Junio. No me explico la facilidad con la que te olvidaste de este pueblo, dame la fórmula porque yo no lo consigo. Besos, Nati”. Nunca conseguí olvidarlo, Nati; es mi gran secreto. La cura estaba en volver allí, pero yo no regresé, jamás, a excepción de las dos ocasiones necesarias para recoger mi título en la Facultad y colegiarme. Me escribiste un 8 de septiembre y omitiste el año, que supongo sería del mil y pico de ave, que diría Cunqueiro… Yo me pregunto como él, con tanto cansancio y nostalgia, “¿dónde están las nieves de antaño?”. Si leyeras esta carta, tal vez sabrías contestarme…
R.
PD: Te tengo en Cernuda, te guardo en Pessoa, que es como un cofre rebosante de cosas hermosas: palabras, recuerdos… los días, las noches.
¡Uauhhhhhh! ¡Esta carta es genial, Wara!
ResponderEliminarBellísima postal Wara, un placer poder leerla.
ResponderEliminarGracias, Mil, Gaviero... Un abrazo a los dos.
ResponderEliminarLa has escrito con tantos detalles que haces que nos sintamos dentro de la historia, leyendo tu postal, incluso por el Campus de esa Universidad preciosa. Estoy seguro que Nati te responderá en cuanto lea esta carta tan bonita, será imposible que se resista ;-).
ResponderEliminarUn beso guapísima,
Maverick
...
Gracias, Maverick, pero creo que un sueño para que lo siga siendo no debe recibir respuesta...
ResponderEliminarUn beso,
Wara