[por Brétema]
Publicado inicialmente en AbreteLibro el 02-Abril-2008
Erre:
¿Sabes? Tu cuadro, el de las dalias, después de estar oculto en el fondo de mi armario tanto tiempo cuelga todavía en una pared de mi habitación. Aquellas navidades casi me vuelvo loca… ¡Una obra tuya, mía! Sin embargo, y supongo que será por los muchos años transcurridos, cuando lo miro ahora nunca lo asocio ya contigo… Pero a veces, como hace un instante, tengo que apartar el retrato del Mago que lleva tu nombre, el que dibujaste a carboncillo para aquel cuento mío, y entonces, por un instante fugaz me pregunto… Aunque me dolía pensar que no lo hubieras conseguido, ahora, sinceramente, me da igual.
Yo la ignoraba a ella, y tú nos menospreciaste a ambas. Ella era demasiado vieja y extravagante para llevarla del brazo, y yo, aunque tampoco era atractiva, es verdad, te hubiera eclipsado en cualquier lugar… De modo que buscaste a aquella chiquilla a la que doblabas la edad y que jamás levantaba los ojos del suelo. Lo siento. Aquella locura te condenó sin duda a la mediocridad pues nunca te hiciste un nombre como pintor, te quedaste en un simple hombre que pinta… ¡Tenía tanta fe en mis propias fuerzas! Sin obstáculos, sin barreras ni impedimentos te hubiera llevado allá dónde quisieras llegar, dónde soñaras alcanzar. Que era muy alto, muy alto, lo sé, te conocía bien.
Guardo, sin embargo, como un poso de melancolía, que permanece y me rodea. La última vez que nos vimos fue cuando a la puerta de la Audiencia desististe en tu demanda y yo te entregué aquel talón bancario con el que se sellaba la ruptura… Supongo que me habrás despreciado desde entonces por considerar que te defraudé, pero créeme si insisto en que no tenías razón; no obraste bien. Y pues era inevitable que nos volviéramos a encontrar, fue nuevamente en los juzgados, aunque la batalla no fuera nuestra. Nunca lo fue. Había tanta gente alrededor que pude fingir no verte y ni siquiera te miré… Nada había que nos quisiéramos decir, a no ser hurgar tú en mi reciente herida y echarme en cara un cruel “te lo advertí…”.
Alguna vez después pregunté por ti, sin curiosidad, sin razón… ¿Qué acaso has fracasado incluso en tu vida personal…? ¿Y qué? Ella, todavía descalza en la playa al anochecer, aunque con los cabellos más canos que entonces, la risa cascada, la voz quebrada, la mente desorientada, con el antiguo deseo inquebrantable bajo la luz de su luna te habrá abierto los brazos atrayéndote a su pozo de locura constante y vulgar. Yo no lo hice del todo mal, pues la fuerza que habría de invertir en ti la concentré para emplearla en mí, y sobreviví. Estoy a salvo de ti.
R.
Publicado inicialmente en AbreteLibro el 02-Abril-2008
Erre:
¿Sabes? Tu cuadro, el de las dalias, después de estar oculto en el fondo de mi armario tanto tiempo cuelga todavía en una pared de mi habitación. Aquellas navidades casi me vuelvo loca… ¡Una obra tuya, mía! Sin embargo, y supongo que será por los muchos años transcurridos, cuando lo miro ahora nunca lo asocio ya contigo… Pero a veces, como hace un instante, tengo que apartar el retrato del Mago que lleva tu nombre, el que dibujaste a carboncillo para aquel cuento mío, y entonces, por un instante fugaz me pregunto… Aunque me dolía pensar que no lo hubieras conseguido, ahora, sinceramente, me da igual.
Yo la ignoraba a ella, y tú nos menospreciaste a ambas. Ella era demasiado vieja y extravagante para llevarla del brazo, y yo, aunque tampoco era atractiva, es verdad, te hubiera eclipsado en cualquier lugar… De modo que buscaste a aquella chiquilla a la que doblabas la edad y que jamás levantaba los ojos del suelo. Lo siento. Aquella locura te condenó sin duda a la mediocridad pues nunca te hiciste un nombre como pintor, te quedaste en un simple hombre que pinta… ¡Tenía tanta fe en mis propias fuerzas! Sin obstáculos, sin barreras ni impedimentos te hubiera llevado allá dónde quisieras llegar, dónde soñaras alcanzar. Que era muy alto, muy alto, lo sé, te conocía bien.
Guardo, sin embargo, como un poso de melancolía, que permanece y me rodea. La última vez que nos vimos fue cuando a la puerta de la Audiencia desististe en tu demanda y yo te entregué aquel talón bancario con el que se sellaba la ruptura… Supongo que me habrás despreciado desde entonces por considerar que te defraudé, pero créeme si insisto en que no tenías razón; no obraste bien. Y pues era inevitable que nos volviéramos a encontrar, fue nuevamente en los juzgados, aunque la batalla no fuera nuestra. Nunca lo fue. Había tanta gente alrededor que pude fingir no verte y ni siquiera te miré… Nada había que nos quisiéramos decir, a no ser hurgar tú en mi reciente herida y echarme en cara un cruel “te lo advertí…”.
Alguna vez después pregunté por ti, sin curiosidad, sin razón… ¿Qué acaso has fracasado incluso en tu vida personal…? ¿Y qué? Ella, todavía descalza en la playa al anochecer, aunque con los cabellos más canos que entonces, la risa cascada, la voz quebrada, la mente desorientada, con el antiguo deseo inquebrantable bajo la luz de su luna te habrá abierto los brazos atrayéndote a su pozo de locura constante y vulgar. Yo no lo hice del todo mal, pues la fuerza que habría de invertir en ti la concentré para emplearla en mí, y sobreviví. Estoy a salvo de ti.
R.
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