A media mañana se levantó un viento que trajo ráfagas de
lluvia e hizo que los pensamientos alzaran el vuelo en busca de lejanas
palabras, recordando las apacibles manos inmersas en el recuerdo de una nuca,
unas caderas, un fondo de bolsillos compartidos.
Ella estaba en la parte de atrás de la casa leyendo, de
pronto levantó la vista y vio unos pétalos surcando el aire por encima del tilo
y descendiendo hacia el banco de madera oculto tras los árboles.
Los observó distraídamente, lo formaban pequeños grupos de
cuatro y de seis, pero la mayoría en formaciones de dos, uno detrás de otro.
La zona del jardín daba la sombra y permanecía algo oscura y
brumosa, y a ratos no podía divisar el lado opuesto, donde estaba situado el
arbusto de margaritas.
Algo la inquietó, tomó algo de ropa de abrigo y bajó
deprisa, haciendo que la escalera de madera crujiera con más fuerza, sonando de
tal forma que el perro, sorprendido se
incorporó dando pequeñas volteretas por la estancia.
En la cuerda de la ropa, sujetada entre dos árboles se
encontraba tendidas un par de camisas blancas, también las sábanas y mantelerías,
todas blancas, ondeaban al viento con fuerza, como latigazos.
Dio media vuelta y recogió leña del porche antes de que
empezara a llover con más fuerza.
Entró a la casa, dejó la leña junto a la chimenea y fue a
lavarse antes de preparar el almuerzo.
Hablaron mientras comían, la mayor parte del tiempo de las
próximas vacaciones. Después del almuerzo salió al patio y se puso a recoger
margaritas amarillas y blancas entró en la casa con la intención de colocarlas
en un jarrón de cristal.
Se escucharon unos pasos y se giró, entonces le vio y se
detuvo un momento.
Fue hasta la ventana y lo vio correr, saltar por encima de
los charcos hasta llegar a la puerta de entrada.
Cuando él miró hacia atrás la vio y le hizo un gesto con la
mano. Estaba oscureciendo y llovía con fuerza
Durante unos segundos apartó los ojos de él y miró a lo
lejos.
Él entró en la casa. Sin mediar palabra la abrazó. Ella le
echó los brazos al cuello y lo retuvo.
Te quiero. Quédate conmigo
Todo el pesimismo que había sentido en los últimos dias se había
agotado, se había desvanecido en transcurrir de las horas, mientras viajaban en
coche rumbo a la costa a través de los bosques de pinos.
Siguieron conduciendo con una creciente y desmesurada sensación
de esperanza y alegría.
Mad