sábado, 27 de septiembre de 2008

Carta XXV

[Por 1452]

Carta XXV


Estoy cansada de vivir teniendo que ver tanta miseria. Estoy cansada de tener que respirar para que mis ojos sigan abiertos, tan sólo para ver cómo unos tenemos un maldito techo donde resguardarnos cuando llega la tormenta y tantos, tantos que están a tan pocos metros de nosotros, pasan frío y tiene que dormir en plena calle, sea verano o invierno.

Siento vergüenza de seguir teniendo en mi mesa cada día un plato de comida, mientras otro busca en la basura lo que será su cena.

Y hoy he visto a ese hombre, que apenas puede andar, y que como único equipaje de toda una vida, lleva una pequeña bolsa donde guarda un jersey y un par de pantalones; se estaba poniendo un jersey, porque ya empieza el frío, y sin poderlo evitar, me he echado a llorar. Y lloro, porque tiene que vivir de esa manera en un mundo donde cada día se tiran cientos de prendas de ropa; un mundo donde se tiran toneladas de alimentos en buen estado… pero más que por todo eso, lloro porque sé, SÉ, que todos somos un poco responsables de que haya personas que tienen que vivir en esa miseria, que en la mayoría de las ocasiones en un camino de no retorno.

No sé cuánto está en la mano de cada uno, puede que no mucho, pero sé que no es bastante, que yo un día ayude a alguien dándole dinero para que se lo gaste en lo que él mismo prefiera, sé que no es suficiente, que le pague al violinista de la esquina por su trabajo y le dé los buenos días, sé que no es suficiente que acoja a una mujer en mi casa una mañana y le preparé un vaso de leche caliente, y le dé algo de dinero y comida. SÉ que no es suficiente.

Y cuando me cruzo con alguna de estas personas, que se mueren en nuestras calles y no tienen una portada en ningún periódico, que no tienen minutos de televisión y que consiguen atraer menos atención sobre su desesperada situación que un partido de fútbol, no puedo evitar la tristeza que me embarga, no puedo evitar llorar… no puedo evitar cada día, sentir un poco más de aversión hacia casi el noventa por ciento del género humano, que suele dirigir su mirada hacia otro lado, haciendo ver que no pasa nada y que mientras ellos tengan una casa, comida, trabajo, dinero y salud, todo va bien. Creen que nada les dañará, que nada puede rozarles esa “felicidad” y creen que el destino no puede arrebatárselo todo de un plumazo, creen que tienen la vida asegurada.

Pero mañana, ésta que escribe, tú que me lees, esos que giran su cabeza hacia otro lado para no mirar y no tener que utilizar su conciencia… todos y cada uno de nosotros, podemos ser esa hombre que sólo tiene un jersey para aguantar el duro invierno, esa mujer que duerme en una calle a la intemperie. Y si fuera yo, querría que cuando alguien se cruzara conmigo me diera los buenos días, querría que alguien me invitara a un café caliente en invierno, querría que alguien me sonriera, querría que alguien me ayudara, querría que alguien me mirara a los ojos.

Si fuera yo, querría ver que importo y que no todo el mundo se ha olvidado de mí, que todavía existo.

Si fuera yo, querría que me trataran como lo que soy: una persona a la que se le debe respeto y no un bulto echado en el suelo, que ni siente ni padece.

Y es en momentos como éste, como el de hoy, cuando me siento cansada de vivir y no me importaría en absoluto que el viaje se terminara aquí, porque me siento hastiada de este mundo, donde el valor de una persona, tan sólo se mide por sus posesiones materiales… si pierdes tu cuenta en el banco, perdiste tu sitio en el mundo.

martes, 23 de septiembre de 2008

El formateo

[por Gaviero]

En cuanto le vi me llamó la atención; estaba sentado en un banco del parque, tendría unos setenta años y su rostro reflejaba una gran tensión interior, se retorcía las manos frenéticamente y todo en él irradiaba un cierto nerviosismo. Preocupado, pensé que debía de ocurrirle algo, tal vez se sintiera enfermo, así que me dirigí hacia donde se encontraba.

Al verme llegar alzó la cabeza y me miró iniciando una leve sonrisa, ¿sí? Me preguntó, ¿desea algo?. Yo note que de pronto se había relajado, ya no se le notaba preocupado, al contrario, esbozó una sonrisa abierta y me dijo: ¡Ah, pensaba usted que me pasaba algo!, se echo a reír ya abiertamente y, señalándome el banco, me dijo, “siéntese, siéntese por favor, ya veo, mi aspecto le ha confundido”. Sin saber muy bien que hacer, balbucee un “usted perdone, es que…”. No joven, no tiene que disculparse, al revés le agradezco su interés, me dijo, “si tiene tiempo enseguida le explico lo ocurrido”.

Me acomodé a su lado y en pocas palabras me aclaró la situación. No le pasaba nada, simplemente “estaba reorganizando su cabeza”, según sus propias palabras. Era algo que hacía regularmente; debido a su larga vida, iba acumulando recuerdos, sueños, fantasías, un bagaje de ideas y pensamientos que, me dijo, le iban ocupando demasiado espacio en su mente. Por ello, cada cierto tiempo la reordenaba, comprimiendo y archivando lo que apenas utilizaba ya, ordenando perfectamente en su memoria los afectos, pensamientos y recuerdos varios que usaba habitualmente y, por supuesto, desechando y eliminando todo aquello otro que solamente le ocupaba espacio y carecía ya de cualquier valor, bien por ser recuerdos de personas que habían desaparecido de su vida, sin posibilidad alguna de volver a reencontrar o, como él señalaba, por pertenece a antiguas y fallidas relaciones que no se merecían permanecer en su recuerdo, ya que le ignoraban y había a su vez borrado de su corazón y únicamente le proporcionaban dolor.

Para que mejor lo entendiera, y en atención a mi juventud, terminó su exposición diciéndome que era como los chismes modernos esos, los computadores u ordenadores, que necesitaban para su buen funcionamiento ser borrados y formateados cada cierto tiempo.

Nada más despedirnos, empecé a pensar en la cantidad de cosas que sobraban en mi mente y, sin perder un solo instante, me formatee.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Carta XXIV

[Por 1452]

Carta XXIV


Pienso en ti y mi mente se disocia de mi cuerpo. Se escinde el tiempo entre siglos anteriores y siglos por llegar. Y el viento gana la partida; golpea enfadadado mi rostro y me traslada. Mis sentidos vuelan y te observan a vista de pájaro; tan sólo cerrando los ojos y dejando que mi alma puesta a tu servicio te observe, como si fuera tu alter ego.

Y te contaría tantas cosas que no creerías… y tantas de ellas podrían ayudarte a dejar de pedir socorro a gritos, de esa manera casi imperceptible para todos los demás… pero no me creerías. Nunca me has creído.

Ahora ya no importa, todo tiene su tiempo, y el mío en tu centro, ha terminado aquí. Extendí mi mano confiada, previendo el latigazo que estaba por venir, pero aun así la dejé extendida… el resto ya es historia.

Y te observo mientras caminas, ¿qué más da que tu gesto sea altivo si tus hombros están hundidos como si cargaras con un gran peso? ¿Qué más da que mires a esa mujer que se cruza contigo a los ojos, si los tienes cubiertos de tristeza? ¿Qué más da todo, si te has cansado de ver amanecer? ¿Si te has rendido? ¡Despierta ya! La vida ahí fuera sigue, el mundo continua girando. ¿Crees que te ha sucedido lo peor de tu vida? ¡Mira a tu alrededor! ¡Despierta! Sigues estando vivo, a menos que tu te empeñes en creer lo contrario. Sigues teniendo por lo que luchar, a menos que te empeñes en darte por vencido. ¡Despierta! ¡Por Dios, despierta! Sigue dejándote morir llevado de la mano por ese vacío o lucha, pero no te quedes en ese camino medio que está acabando contigo lentamente.

¿Sabes? A veces, lo peor no es lo peor, sino tan sólo la manera de llegar a lo mejor, pero, ¿cómo lo sabrás si sigues sintiendo lástima de ti mismo? ¿Si sigues ahí sentado leyéndome mientras intento que algo se despierte en ti y cierras los ojos?

Créeme, lo he intentado de todas las maneras que están a mi alcance, de momento ya no me quedan más… tan sólo espero observarte dentro de unos meses, como ahora mismo te observo, sin que tú te des cuenta, y ver a alguien diferente. Un hombre que cuando se cruza con esa mujer por la calle, la mira a los ojos con una sonrisa en los labios… y esta vez, también con una sonrisa en los ojos.


P.D. Sé desde el mismo momento en que empecé a escribir, amigo, que estas palabras sólo pueden ir en mi contra, pero tranquilo, lo acepto. No hay problema. He sopesado ganancias y pérdidas (y estoy acostumbrada a perder a las personas por decir lo que no debo muchas veces, y otras tantas por lo que sí debo decir), me juego el verte frente a mí por saberte feliz. Te perdono la partida que me debes, tan sólo porque hoy aunque te enfades, me leas y me creas.

Mañana, puedes hacer como que no me conoces. Lo entenderé. ¿Acaso alguien conoce a alguien?



La Dama Blanca

[por Naide]

LA DAMA BLANCA

–¡Despierta, despierta, papá!
–¿Eh?
–Mamá se ha ido mientras dormías...
–¿Quién?
–Lloraba y me abrazaba fuerte... y me hizo prometer que no te diría nada hasta que hubiese amanecido.
–Yo... hoy es mi cumpleaños..., ¿no?
–Lo fue ayer.
–Es verdad, cumplí los dieciséis.
–No papá, ya tienes cuarenta y cuatro...
–Imposible, anoche yo... ¡Un momento!, había una mujer... Una sola vez, me dijo, pero..., ¿quién era? Ni siquiera recuerdo... su nombre.
–¿De qué estás hablando?, ¿qué te pasa, papá?

No sé quién es esta niña que se refiere a mí como si yo fuese su padre. Y mis fuertes brazos y manos me confunden aún más...

Triste, que inmensamente triste puede llegar a ser la soledad que se encuentra dentro, en el alma... No sé por qué me siento tan mal, ni por qué me he despertado notando este vacío que no puedo explicar ni tocar... sin embargo, sé que está en mi interior pero..., todo esto no debería ser así, yo soy muy joven todavía; ayer celebré mi dieciséis cumpleaños, claro que sí, lo recuerdo muy bien.

Eran las cinco de la tarde cuando, por fin, terminábamos de comer en la casa de campo de mi tía Mari. Yo dejé apresuradamente mis cubiertos sobre la mesa, y sin ayudar a recoger, corrí escalera arriba hasta mi habitación... Recuerdo que cuando empecé a ascender por aquellos peldaños, pude ver como la luz del sol entraba con fuerza por la ventana del descansillo de la primera planta... Claro, pensé yo, es el mes de julio y su luminosidad es muy intensa, y además, al estar en el campo, no hay edificios cercanos que la limiten. Sin embargo, y por alguna razón, yo sabía que aquello no debería de ser así, porque ayer la madera de los escalones, de las paredes, del techo y de los muebles brillaba de forma muy especial; gracias a la viva luz que entraba a través de las bordadas cortinas blancas de las ventanas y que, a su vez, daba una cálida y agradable sensación de claridad. Incluso, aquel descansillo y toda la planta de arriba, quedaron iluminados por bonitos reflejos rojizos, debido a los mil tonos que de este color que se formaron... No perecía real.

Más tarde, los amigos nos fuimos reuniendo poco a poco, y sobre las once de la noche, ya estábamos celebrando mi fiesta de cumpleaños alrededor de una hoguera. Nos encontrábamos en un pequeño sector de terreno árido y llano, que los padres de mi amigo Juanjo poseen entre los abundantes manzanales de su enorme finca. Entre chicos y chicas éramos casi treinta, pero aquel número tan grande, aunque me ilusionaba, no era lo que más me llenaba anoche. Para mí, era Irene quien hacía que todo fuera tan especial; siempre ha sido así desde que viene al pueblo todos los veranos durante sus vacaciones. La conozco desde niño, y como no, el tiempo se detiene cada vez que estoy a su lado pero..., eso no fue lo que pasó ayer...

La noche era de brillante luna llena, y por alguna razón que yo parecía percibir, aquel color nacarado lunar, me trasladaba al mundo casi utópico que el sol me había mostrado por la tarde...

La música que nosotros habíamos llevado no cesaba ni un momento... Y mientras aquellas melodías resonaban, entre los lejanos ecos que ellas mismas producían, yo buscaba los ojos negros de Irene una y otra vez; esperando que me dedicasen una de aquellas miradas de complicidad que ellos, y sólo ellos, eran capaces de regalarme... ¿Dónde estarán ahora?
–Irene quiere hablar contigo –me susurró Juanjo, poco antes del amanecer, mientras la señalaba al otro lado de la hoguera.

La miré y vi que me sonreía tímidamente. Empecé a caminar hacia ella, pero de pronto algo ocurrió, algo que no tenía que ocurrir... Recuerdo, que antes de llegar a donde estaba Irene, se cruzó delante de mí otra mujer que andaba descalza... Ésta vestía, hasta sus rodillas, con un terso y fino vestido blanco, que sin ajustarse demasiado, marcaba su delgada figura, y al no llevar mangas, dejaba ver sus rectos y bonitos brazos. Ella ni siquiera me miró, y continuó caminando alejándose de la hoguera... No la pude ver el rostro, pues su lisa melena negra y su caminar con la cabeza baja, me lo impidieron. No la conocía, ni creo que nadie de los que allí se encontraban la conociesen pero, me vi atrapado por una poderosa atracción y la seguí...

Tras de mí, escuchaba las voces de Irene y de los demás, que me llamaban... Parecían alterados y trataban de decirme algo; sin embargo yo, lo único que escuchaba eran sonidos apagados que pronunciaban mi nombre..., hasta que poco después, y ya perdido entre los manzanos, dejé de oírlos...

Apenas había andado unos segundos, en la soledad de mi silencio, cuando la vi de nuevo... Estaba tras uno de aquellos verdes manzanos y de espaldas a mí, con su mirada puesta en la luna llena. Me acerqué a ella muy sigilosamente mientras trataba de ver su cara, pero justo antes de ponerme a su costado, me habló:
–¿Por qué has venido?
–Tenía que hacerlo –contesté.
–Ningún hombre lo había hecho antes...

Di otro paso y me puse a su lado izquierdo, y cuando me disponía a dar el siguiente, me dijo:
–Cierra tus ojos y ábrelos cuando te diga, porque únicamente podrás ver mi rostro una sola vez...

Bajé mis parpados y extendí mi brazo hacia la mujer. Ella con su mano izquierda cogió mi derecha lentamente; rodeándola con sus finos dedos. Éstos eran muy suaves y delicados; como si fueran a dañarse si no eran tratados con ternura... Poco a poco, fue guiándome hasta situarme frente a ella, y por el sonido de su voz al hablarme, supe que apenas unos centímetros nos separaban...
–Recuerda: únicamente podrás ver mi rostro una sola vez... –me repitió.

Antes de abrir mis ojos traté de imaginarla por unos instantes, pero no me fue posible, pues ningún estímulo suyo llegaba a mí: ni olor a perfume, ni ruido de respiración, ni calor de su cuerpo... Y de no haber sido por sus delicados dedos sobre mi mano, hubiera tenido la sensación de encontrarme solo bajo aquel manzano iluminado por la luna llena...

De pronto, empecé a notar que ella se desvanecía ante mí; pues sentí que disminuía paulatinamente el tacto de su mano... Entonces comprendí que si esperaba unos segundos más, la perdería.
–El tiempo se me acaba, y marcharé de nuevo por muchos años... –me susurró.
–Eso no ocurrirá. –contesté mientras abría mis ojos...

Tenía la cara pequeña y blanca como las nubes altas del verano. Sus labios y nariz quedaban difuminados por la albura su tez, era, como si estuvieran pintados sobre el boceto de carboncillo de un artista. Y en las dilatadas pupilas de sus ojos, se veía claramente la imagen de la luna llena...

Eso es lo único que recuerdo de anoche, y ahora, me despierto siendo un hombre maduro y sin saber que me ha pasado durante los últimos... veintiocho años. A mi lado hay una niña, de unos nueve, con los ojos claros y... ¿eh?, el pelo tan negro como la oscuridad de la noche...
–Papá, levántate y vamos a buscar a mamá.
–No la encontraremos.
–¿Por qué?
–Porque será ella quien nos... te encuentre a ti.

Ahora lo entiendo todo. Sé que no tenía que haber ocurrido e incluso que pude haberlo evitado pero, me dejé llevar por su seductor influjo y la entregué la vida que durante tanto tiempo ella ha anhelado... Jamás volveré a verla, y ya nunca podré recordar ni un instante de estos últimos veintiocho años..., se los llevó consigo.
–¡Papá, papá!
–¿Qué?.
–¿Cuándo dices que vendrá a buscarme mamá?
–Dentro de mucho, mucho tiempo...
–¿Cómo sabrá donde encontrarme?
–Porque estés donde estés, nunca podrás ocultarte de la luna llena, y cuando menos te lo esperes, verás a tu madre llegar desde ella.
–¿Y tú cómo lo sabes?
–Lo sé, porque todo lo que queda de mí o de lo que he sido durante estos veintiocho años, vive en ella ahora...





Jaime
Los relatos de Naide

viernes, 19 de septiembre de 2008

Viernes

[por Madison]

Cómo estais?

Hace un tiempo que no me pasaba por aquí. La verdad es que últimamente no consigo formar una frase coherente, pero el escribir y asomarme a esta ventana se ha convertido en algo importante para mi. Me gusta saludaros, ver vuestra alegría, vuestros temores, leer vuestras cosas...

Hoy es viernes, alguno de vosotros que me conoceis sabeis que es mi dia preferido, por eso he querido volver a escribir esta tarde noche.

Está lloviendo, me he puesto cómoda, como siempre hago a esta hora y así paso a narrar mis reflexión, que hoy va dirigida a ti.


El otro día estuve en el paseo marítimo, estuve observando la playa, siempre que necesito recordar tu mirada me acerco allí y mientras estaba sentada en la arena me vienieron a la mente estas frases sobre nuestros momentos y también sobre otras cosas

Creo que hay momentos que aunque lo desee no puedo hacer nada

Creo que hay momentos en los que aunque quiera hablar es mejor callar

Creo que hay momentos que aunque apene es bueno que sean tristes

Creo que hay momentos que aunque sea persona de estar con gente se debo vivir en soledad

Me gustan los momentos en los que no me ves sino que me miras

Me gustan los momentos en los que no me oyes sino que me escuchas

No quiero que me cueste hablarte de mis sentimientos.

Ni quiero sentir pudor al decirlos.

Todo esto prefiero decirlo en presente y así no tener que arrepentirme cuando llegue el momento y solo quede el pasado.

prefiro decir..."eres" a decir "fuiste"


miércoles, 17 de septiembre de 2008

Carta XXIII

[Por 1452]

Carta XXIII

No supe utilizar la palabra justa a tiempo, que hubiera sido, “márchate”. No, yo no tengo el don de la oportunidad, aunque la oportunidad tiene un don que me es reconocible.

Ahora ya es tarde para las palabras, pero no lo es para los actos; no serán gráciles, no parecerán justos, pero aunque no lo parezcan lo serán y aunque no lo sean lo parecerán.

Voy a dividirme para darte paz a ti y a mí. Con tu paz, vendrá mi paz; con la mía, otros descansarán.

No, es verdad, no supe utilizar la palabra justa a tiempo y ahora voy a tener que remediarlo; en lugar de aquel “márchate”, voy tener que entonar un “me marcho”, pero nada será demasiado oneroso para que obtengamos lo que ambos merecemos: liberación. Tú de ti mismo, yo del universo.

Y aun sabiendo desde hace tiempo, que tendría que escribir esto llegado el momento, hay algo que dentro de mí que intenta detenerme, pero no nací para detenerme a la sombra de nadie, aunque hayan textos antiguos que así lo atestigüen.

Por primera vez en treinta años, voy a intentar rebelarme contra mi destino… voy a rebelarme contra ti.

martes, 16 de septiembre de 2008

Quédate.

[por Anjanuca]

¿Sabes? Es una lástima que no nos veamos más a menudo porque la verdad es que cada vez aprecio más tu compañía.

Disfruto cuando te sientas a mi lado a escuchar el mar, o cuando paseas pegadito a mi y nos paramos a oir el canto de ese pájaro que no vemos, o cuando me adviertes de lo bonito que suenan las hojas caídas en otoño bajo mis pasos. Disfruto cuando me acompañas para escuchar el viento y las ramas de los árboles jugando entre sí. ¿Y esas noches en casa, solos tú yo hechizados por el Stabat Mater de Pergolesi, “Stabat Mater dolorosa juxta crucem lacrimosa, dum pendebat filius”?, noches mágicas y plácidas junto a ti.

Amigo silencio, sigue acompañándome esos momentos de paz y tranquilidad, esos momentos de profundo reclamo de atención y respeto.

Ya sé que cada vez es más difícil tu presencia pero te pido, te ruego, no te alejes, no te pierdas. Quédate a mi lado por favor. Te necesito.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Carta XXII

[Por 1452]

Carta XXII


Hace tanto tiempo que no te escribo... Es curioso cómo suceden algunas cosas; hoy llevo pensando todo el día en ti, a raíz de un texto que escribió un desconocido; hablaba sobre los maestros. Y eso fuiste tú para mí.

Las redes de la vida, que son extensas y la mayoría de veces ocultas a nuestros ojos, se encargaron de que una persona, casi desconocida para mí, me llevara ante tu presencia. Por aquel entonces pensaba que nada tendrías que enseñarme, como piensan todos los aprendices cuando su maestro tiene una apariencia normal y no saca conejos de una chistera, sin embargo, ahí radicaba tu grandeza: eras un tipo especial y grandioso, con un envoltorio de persona normal que te ha ayudado a sobrevivir durante todos estos años, sin tener que sufrir quemas de brujos.

Desconfié, porque soy por naturaleza desconfiada, pero supiste en poco tiempo ganarte toda mi confianza y mi afecto. No era ya sólo todo lo que me enseñabas acerca de la particular materia que tenía que aprender, es que me enseñaste a analizar la vida, desde la más pequeña mota de polvo hasta las constelaciones.

Me enseñaste por qué nunca sería una ganadora, y estabas en lo cierto, supiste ver que quien jugaba en mi contra era yo misma, y ganarme es difícil… me enseñaste tantas cosas.

Pero no era yo sola, a tu lado las personas bajaban las defensas por completo y se entregaban a tus palabras, cada persona era ella misma a tu lado, sin juicios, sin reproches, sin nada que coartara la libre expresión del alma.

Tenías algo indescriptible, que pasaba desapercibido todos los días ante decenas de estudiantes, que acudían a tus clases normales, sin siquiera llegar a imaginar que también eras profesor de materias vedadas a muchos y ocultas bajo un velo negro.

Y lo más grande que había en ti, era que nunca adoptaste, ni una sola vez, la posición de maestro, eras un aprendiz, de la mano de otra aprendiz.

Recuerdo algunas de tus últimas palabras, maestro, y una vez más, me tienes aquí, meses, muchos meses después de que nos encontráramos en aquel café y las pronunciaras, inclinando mi cabeza y dándote la razón: carezco de una virtud ante las que palidecerían todas las demás virtudes, y que haría que el mundo girara en mi mano, pero soy incapaz de adquirirla por más que me lo propongo.

La mayoría de veces por mí, otras tantas por el mundo que me rodea, lo cierto es que entre unas cosas y otras, sigo huérfana de lo que tanta falta me hace y soy incapaz del alcanzar.

Sin embargo, tú viste en mí las marcas del alma que el cuerpo acoge, y que últimamente está revelando de forma aterradora, aunque imperceptible para los demás, de la misma manera que las vieron otros maestros que me encontré en el camino: sí, estoy maldita, pero el universo me acuna y conspira conmigo para ayudarme. ¿Qué mejores brazos pueden rodear a una vagabunda que los brazos del mundo que la acoge? Ésa es la única esperanza que alimenta mi corazón en estos últimos tiempos. Todo llega a su hora, todo ocupa su sitio, quien abre los ojos del alma, ve; quien cierra los ojos y abre el corazón, escucha.

Te echo de menos, a veces no sabes cuánto, me acostumbré demasiado a tu persona, que sabía mirar con el alma, y ahora me encuentro rodeada de personas que tan sólo saben mirar con los ojos, ciegos a todo lo importante.

Nunca quisiste darme la razón, no sé si porque no la tenía o porque te resistías a creer que fuera cierto, pero cada vez me siento menos de este mundo, cada día estoy más hastiada de esta realidad que no es realidad de nada, y sobre todo estoy cansada de hacerme juicios que pierdo siempre, porque soy yo quien me sentencia.

Tú sabrías darle a esto la importancia justa, no te habría faltado ese equilibrio especial tuyo, yo no puedo. Mi brújula gira ciega y carente de dirección.

Ahora sólo espero estar preparada para el nuevo maestro que anuncia su llegada, y que tiene una dura lección que enseñarme, aunque no sé si seré capaz de enfrentarme a ella. No, no te creas que me he vuelto cobarde de repente, siempre lo he sido, en concreto para algunas cosas que son vitales, a las que no me he enfrentado hasta ahora y no me han dejado crecer, pero llega el día prometido, y tengo que acudir a la cita o condenarme para siempre. Y que conste que la condenación eterna suena muy lírica para una maldita, pero también suena demasiado larga.

¿Sabes? Hoy he buscado aquella piedra que me regalaste con forma de corazón y la he puesto sobre mi escritorio, sé que de alguna manera eso me hará estar conectada a ti, durante el tiempo que aún me queda para llamarte. Sí, te llamaré, pero cuando haya superado esta crisis y pueda mirar a mi maestro a los ojos, y él pueda estar orgulloso de su aprendiz y del trabajo realizado en este tiempo. Hace más de un año que no nos vemos, no creerías todo lo que he hecho hasta hoy al amparo del secretismo. Incluso me encontré con otro maestro en este tiempo, que me dio unas clases magistrales, tanto, que en poco tiempo me enseñó más de lo que algunos llegan a conocer durante toda su vida, acerca del cielo y las estrellas. Y aun eso, sólo es la mitad de lo que el cielo tiene que revelar.

Como tú me dijiste: “Como es arriba es abajo”. Ésa fue una de tus primeras lecciones, extraída de un libro que en breve voy a releer, para acordarme de él, para acordarme de ti.

Y era verdad, como es arriba es abajo… mis estrellas andan colisionando contra planetas enfurecidos. Imagínate lo que sucede abajo.

Me gustaría que estuvieras aquí y cogieras mis manos como entonces, y me hicieras sonreír con cualquier ocurrencia de las tuyas. Me gustaría volver a escaparme en las horas de trabajo y sentarme contigo en cualquier cafetería, con un buen café entre las manos y tu mirada escrutadora, inteligente, serena.

Te quiero, maestro, estés donde estés, espero que un pequeño soplo de aire despeine tu pelo y captes el mensaje. Siento no haber sido mejor alumna, una alumna digna de un gran maestro.

Si no nos encontramos abajo, nos encontraremos arriba.

martes, 9 de septiembre de 2008

El infarto

[por Gaviero]

Querida familia:

Estos días que he estado en la UCI y luego ingresado en el hospital me han servido para reflexionar. He tenido mucho tiempo, casi siempre en soledad, y ello me ha permitido pasar revista prácticamente a toda mi vida. Y la verdad, lo que he visto no me ha gustado nada.

Ángeles, no se si te has parado a pensar que llevamos juntos más de treinta años; nos conocimos en la facultad cuando éramos unos jóvenes idealistas que íbamos a arreglar el mundo en dos patadas. Apenas terminada la carrera nos casamos, y a partir de ese momento comenzamos a cambiar; tu decidiste que ibas a ser madre, y en menos de dos años ya teníamos la parejita. Yo por mi parte tenía que destacar en el ejercicio de la abogacía; no sabía yo muy bien que significaba eso, pero tu padre y tu me lo aclarasteis: tener mi propio despacho y, principalmente, conseguir los ingresos necesarios para mantener la familia. Tus proyectos de ejercer o desempeñar cualquier tipo de trabajo se desvanecieron, esa parcela quedaría para mi mientras comenzabas un sinfín de actividades acordes con tu nuevo rol de madre y esposa de “triunfador”; así fue primero el paddle, luego el aerobic, pilates, actividades sociales de toda índole y finalmente el gran descubrimiento, el golf. Mientras tanto yo me iba labrando fama como abogado, trabajando cada día más horas, ampliando el bufete y, por supuesto sin tener un solo momento para mi.

Nuestros hijos, la mayor Eugenia (me niego a llamarla por ese ridículo Maruge que a ti te parece de lo más chic), criada y educada como un objeto de exposición, ya de pequeña con esos lazos y encajes tan cursis, sus internados, sus cursos en el extranjero, y al final que, con veintiocho años, ya pensando en retoques estéticos, rodeada de lechuguinos y amigas con nombres, todos en diminutivo, de lo más patético, sin haber terminado ningún tipo de estudios (creo que aún anda matriculándose en segundo de no se que Ciencias) y, por supuesto, sin haber trabajado nunca en nada ni intención de hacerlo en los próximos treinta años. El niño, Ignacio (Nachete para ti), que al igual que su hermana no se ha planteado en la vida trabajar, pero además éste con unos gastos desmesurados, deportes de nieve, moto, la hípica, las copas, vida social que lo llamáis… vamos, que no sólo no aporta sino que gasta sin tino.

Y encima, tengo que aguantaros a todos, que si es que no me gusta la gente, que soy arisco, que siempre estoy protestando por todo, que no se la suerte que tengo con una familia que no se apreciar, que no tengo espíritu de luchador, que …. Y así todos los días. Pues si, seguro que tenéis razón, por lo que he pensado que ahí os quedáis, que me largo vaya, o sea que…. ADIOS

Hasta nunca familia



PD. Por cierto, dos cositas que se me olvidaba deciros. Primero, que os dejo la casa, el apartamento, los coches y la moto de Nachete; pero…. Me llevo la pasta, toda. Bueno, toda no, os dejo la cuenta del Barclays, me parece que quedan unos trescientos euros; las demás, que suman unos setecientos cincuenta mil euros, más las acciones y el fondo de pensiones (que ya he rescatado), me las llevo, para mis gastillos, así que vais a tener que espabilar un poco. Lo segundo es sobre Ana, si la chica esa tan mona que contratasteis para que me cuidara en el hospital para no estar vosotros; bueno, pues que ha dejado a su novio y se viene conmigo; dice que en la cama no soy muy bueno (será por la falta de práctica) pero que ella me va a enseñar y que además, con la pasta que me llevo la vale.

Besos y…. que os den

jueves, 4 de septiembre de 2008

Para ti mamá

Una persona muy querida para mi me ha pedido que ponga esta hermosa carta, y así lo hago. Espero que os guste, a mi me ha emocionado.

""Ayer fue tú cumpleaños,y no dije nada,no te fuí a visitar.Aunque te veo todas las semanas,ayer que era tu día y fui incapaz de hacerlo.Lo siento madre,soy un cobarde,tampoco llame a papa para preguntarle que tal llevaba el día, o mejor aún,lo soportaba.Me encerré en casa solo,dibujando, ya sabes,lo de siempre,pero vacío,muy vacío ...... mamita.A veces recuerdo cuando era pequeño y me abrazabas,tu olor,tu perfume,tu risa,tu cara bonita.No me atreví a llamar a mi hermana,la misma razón,el vacío,la pena.Pienso en las navidades,se acercan,no se como atajare tan duro golpe sin ti.Me duele el estomago,siempre un nudo.Duermo mal,sueño contigo.Madre.Lo siento.No te dijes ni hice tantas cosas contigo que ahora me ahoga todo ello,no soporto el silencio de tu risa ni tu ausencia.Ya han pasado tres meses y no mengua mi dolor.No cede .Crece.Un monstruo dentro de mi.Como mitigar el dolor me pregunto.El tiempo tal vez.¿te acuerdas cuando de pequeño y salíamos juntos de compras, y me llevabas a merendar a esa pastelería? Que rico todo.Que tardes.O cuando las pesadillas me invadían por las noches y tu paciente venias a mi cama y me abrazabas.Ahora me despiertan esos sueños ,grito,pero ya no vienes.Soñé contigo,te vi en mi habitación,pero no tu rostro.Desperté llorando y maldiciendo todo.Ya conoces mi temperamento.No se que tal estarás,yo sigo con lo mio,....llevando el peso del mundo sobre mi.Fue todo tan repentino.Sin avisar.¿porque?¿existe Dios madre?No lo creo.La próxima semana iré a verte otra vez,nos hablaremos en silencio,mirare tu foto en la lápida y aguantare como pueda.Regaré tus plantas.Te quiero Mama.Perdóname.""

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Escritura automática

[por Wara]

¡Espejo! ¿Hay alguien ahí?

Me miro y me odio a mí misma porque no quiero ser así, no quiero dudar, ni desconfiar ni prejuzgar o despreciar. Mi corazón se rebela, lo juro, mi mente intenta aplacarse sin éxito, busca una calma que se le niega, mendiga una apariencia de sosiego soñado alguna vez. Mi corazón atormentado se duele, mi alma se abandona, herida, y el pensamiento y la conciencia les dan la razón. Las lágrimas acuden a mis ojos y se desbordan y someten, y entonces yo dejo que entre todos hagan de mi lo que quieran, este torbellino de locura, de demencia, esta maraña de sentimientos, sensaciones y pasiones que no sé a dónde me conducen, no sé de dónde surgen ni por qué nacen, sólo sé que no me dejan ser yo, no me dejan crecer, no me dejan avanzar, me limitan, me impiden, me frenan.

Me desconozco en mí, me soy extraña a mí misma. No encuentro un resquicio de aquello que fui, de aquello en lo que creí me iba a convertir. No me descubro en parte alguna de mi ser, en el corazón que pretendía abierto manteniéndolo aparte, en el alma, que pretendía conservar siempre íntegra. No sé quién soy, no sé quién en mí hace de mí este demonio, este ser odioso e imperfecto que se desprecia a sí mismo, que se odia, que se ríe, que se enorgullece de dañarse a sí mismo. Si pudiera, si fuera valiente lo mataría, acabaría con su vida como él acaba con la mía. ¿Acaso son distintas? Un instante de lucidez, de miedo, de pérdida, de luz… un túnel sin destino, encrucijada de caminos, el vacío y el abismo. Todo está y nace en mí, en mí que soy mala, en mí que no sé querer, en mí que no siento sino lástima de mi misma por cuanto todos los demás me desprecian, me ignoran o me buscan no más para burlarse, para reírse un instante y hacer escarnio de mis lacras, de mis debilidades, de mi inimportancia, y luego olvidarme.

¡Oíd! ¡Oíd! No quiero ser yo la de ese espejo, quiero ser libre, dejadme salir. No quiero ser ese monstruo, deseo no ser nadie, no hacer daño, ser feliz. Dejadme, dejadme, dejadme vivir.