[por Wara]
¡Espejo! ¿Hay alguien ahí?
Me miro y me odio a mí misma porque no quiero ser así, no quiero dudar, ni desconfiar ni prejuzgar o despreciar. Mi corazón se rebela, lo juro, mi mente intenta aplacarse sin éxito, busca una calma que se le niega, mendiga una apariencia de sosiego soñado alguna vez. Mi corazón atormentado se duele, mi alma se abandona, herida, y el pensamiento y la conciencia les dan la razón. Las lágrimas acuden a mis ojos y se desbordan y someten, y entonces yo dejo que entre todos hagan de mi lo que quieran, este torbellino de locura, de demencia, esta maraña de sentimientos, sensaciones y pasiones que no sé a dónde me conducen, no sé de dónde surgen ni por qué nacen, sólo sé que no me dejan ser yo, no me dejan crecer, no me dejan avanzar, me limitan, me impiden, me frenan.
Me desconozco en mí, me soy extraña a mí misma. No encuentro un resquicio de aquello que fui, de aquello en lo que creí me iba a convertir. No me descubro en parte alguna de mi ser, en el corazón que pretendía abierto manteniéndolo aparte, en el alma, que pretendía conservar siempre íntegra. No sé quién soy, no sé quién en mí hace de mí este demonio, este ser odioso e imperfecto que se desprecia a sí mismo, que se odia, que se ríe, que se enorgullece de dañarse a sí mismo. Si pudiera, si fuera valiente lo mataría, acabaría con su vida como él acaba con la mía. ¿Acaso son distintas? Un instante de lucidez, de miedo, de pérdida, de luz… un túnel sin destino, encrucijada de caminos, el vacío y el abismo. Todo está y nace en mí, en mí que soy mala, en mí que no sé querer, en mí que no siento sino lástima de mi misma por cuanto todos los demás me desprecian, me ignoran o me buscan no más para burlarse, para reírse un instante y hacer escarnio de mis lacras, de mis debilidades, de mi inimportancia, y luego olvidarme.
¡Oíd! ¡Oíd! No quiero ser yo la de ese espejo, quiero ser libre, dejadme salir. No quiero ser ese monstruo, deseo no ser nadie, no hacer daño, ser feliz. Dejadme, dejadme, dejadme vivir.
Ufffffff... ¡qué dura es esta carta, Wara!
ResponderEliminarCuando la he leído, sobre todo la parte en que dice, no quiero esto, no quiero lo otro, me he acordado de una conversación que teníamos el otro día una amiga y yo, sobre el ego. Ella está luchando contra su ego, y yo le dije, que en esa lucha ya había estado y había entendido una cosa: no se consigue nada combatiendo contra algo que no queremos ser sin haberlo aceptado primero. Cuando luchas contra algo, ese algo se defiente y contraataca, cuando llegas a comprenderlo y aceptarlo, no hay tanta necesidad de guerra, cada cosa ocupa su lugar, per se, sin luchas denodadas, en las que se te puede ir la vida entera.
Creo que has descrito, de manera tremendamente acertada, el proceso de una autodestrucción; quien la vivió (o la vive), lo sabe.
Un abrazo muy fuerte, mi niña.
Es la personalidad bipolar, Mil, el Jekyll y Hyde coexistiendo a la vez dentro de uno; algo completamente destructivo, tienes razón. Yo no he tenido ocasión de verlo, salvo en libros o películas, pero tras la referencia de Desierto a la terapia de escribir de pronto me he preguntado cómo sería vivir así, sentirse dividido, desgarrado... y me acordé de la escritura automática de los mediums, y bueno, uf, como para no repetir el ejercicio.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Impactante y desgarradora, pero...seguro que el espejo era como los del callejón del Gato en Luces de Bohemia, deformantes. Hazte con uno normal, de los que te reflejan tal y como eres de verdad (aunque no lo sepas).
ResponderEliminarComo siempre, una carta apasionante.
Abrazos