[por Gaviero]
Ya ha caído la tarde, la noche asoma, a pesar del día de hoy, más templado que los últimos, la temperatura vuelve a bajar, la madrugada será fría.
El hombre camina despacio por las calles semivacías de finales del domingo; se ha subido las solapas del chaquetón y lleva las manos metidas en los bolsillos. Va ensimismado, pareciera que ni siquiera mira donde pone los pies, pero es una sensación erronea, está totalmente pendiente de todo lo que se desarrolla a su alrededor; por el rabillo del ojo ha visto a la mujer que permanece de pie bajo la farola de la acera de enfrente, está claro que espera a ver si consigue un cliente. Y es consciente de que espera y no está buscando, ya que su actitud es de total indolencia y diríase de casi aburrimiento. El motivo de su apatía también queda claro en apenas unos segundos; unos metros detrás de ella, apoyado en la pared y con un cigarrillo en la comisura de los labios, un joven de aspecto patibulario permanece vigilante observando a la mujer, su chulo evidentemente.
Nuestro hombre sigue caminando y ve como un viejo de edad impredecible ha dejado el carro de supermercado que arrastraba, a rebosar de todo tipo de objetos de lo más variopintos, bolsas de plástico anudadas, ropas sucias amontonadas, cajas de cartón dobladas y otras muchas cosas que no se pueden identificar, y se inclina sobre los cubos de basura, hurgando dentro de ellos con riesgo evidente de preciptarse en su interior, ya que tiene más de la mitad de su cuerpo dentro de ellos.
La estridente sirena de una ambulancia atrona por unos momentos la calle, no se entiende en absolto la razón de este ruido feroz ya que no circula ni un sólo vehículo, ni hay ninguna persona en la calzada. No cabe la menor duda de que es la sensación de poder que experimenta al hacerlo el, seguramente, pobre desgraciado del conductor.
Y así va desarrollándose el caminar del hombre a través de la ciudad y de la noche que va desenvolviendo sus grises y oscuras realidades urbanas.
Ya ha caído la tarde, la noche asoma, a pesar del día de hoy, más templado que los últimos, la temperatura vuelve a bajar, la madrugada será fría.
El hombre camina despacio por las calles semivacías de finales del domingo; se ha subido las solapas del chaquetón y lleva las manos metidas en los bolsillos. Va ensimismado, pareciera que ni siquiera mira donde pone los pies, pero es una sensación erronea, está totalmente pendiente de todo lo que se desarrolla a su alrededor; por el rabillo del ojo ha visto a la mujer que permanece de pie bajo la farola de la acera de enfrente, está claro que espera a ver si consigue un cliente. Y es consciente de que espera y no está buscando, ya que su actitud es de total indolencia y diríase de casi aburrimiento. El motivo de su apatía también queda claro en apenas unos segundos; unos metros detrás de ella, apoyado en la pared y con un cigarrillo en la comisura de los labios, un joven de aspecto patibulario permanece vigilante observando a la mujer, su chulo evidentemente.
Nuestro hombre sigue caminando y ve como un viejo de edad impredecible ha dejado el carro de supermercado que arrastraba, a rebosar de todo tipo de objetos de lo más variopintos, bolsas de plástico anudadas, ropas sucias amontonadas, cajas de cartón dobladas y otras muchas cosas que no se pueden identificar, y se inclina sobre los cubos de basura, hurgando dentro de ellos con riesgo evidente de preciptarse en su interior, ya que tiene más de la mitad de su cuerpo dentro de ellos.
La estridente sirena de una ambulancia atrona por unos momentos la calle, no se entiende en absolto la razón de este ruido feroz ya que no circula ni un sólo vehículo, ni hay ninguna persona en la calzada. No cabe la menor duda de que es la sensación de poder que experimenta al hacerlo el, seguramente, pobre desgraciado del conductor.
Y así va desarrollándose el caminar del hombre a través de la ciudad y de la noche que va desenvolviendo sus grises y oscuras realidades urbanas.