A la hora convenida salí de casa con la intención
de encontrarme con él. Eran las tres de la tarde, lo sé porque en ese momento
se oía a lo lejos las campanas del reloj de la iglesia. El día
transcurría tranquilo, hacía sol y el cielo mostraba un azul intenso y
brillante a causa del viento que seguía soplando desde la noche anterior .
Apenas llevaba puesta ropa de abrigo pues la
temperatura a pesar de estar a finales de noviembre sigue siendo suave. Una
gabardina de color crudo y forro de cuadros era la única prenda que se me
ocurrió coger por si refrescaba al anochecer.
Mientras caminaba noté que algo inesperado
ocurría en mi interior, inexplicablemente no podía controlar el temblor que me
producía el pensar cual sería mi reacción, o la de él, cuando se produjera el
momento del encuentro, cuando estuviéramos uno frente al otro. No había
preparado palabras concretas, ni tampoco había ensayado sonrisa alguna, aunque
por el camino no cesaba de preguntarme si estaba preparada para lo que estaba a
punto de ocurrir. Naturalmente que esto no era ni de lejos lo que más me
preocupaba en aquellos momentos
La calle es larga y amplia, la acera tiene
espacio suficiente para caminar con holgura, a lado y lado hay árboles altos y
viejos, plataneros concretamente. Ando despacio y me entretengo pisando las
hojas secas que han caído al suelo. Me encanta
el ruido que produce la pisada del zapato sobre
ellas.
De vez en cuando miro al cielo,
el brillo del sol
hace que no
pueda abrir los ojos, es demasiado intenso para mantenerlos abiertos, algunas
lágrimas se deslizan por mi rostro pero se secan antes de llegar a los
labios. Me gusta el sabor salado de las lágrimas.
Seguí avanzando con pasos ligeros. Noté que me
crecía. De pronto me sentía fuerte,
la
inseguridad y el peso que había ido acumulando durante tiempo desapareció sin darme cuenta, dejando una puerta abierta a la libertad.
No en vano
me estuve preparando durante este tiempo para cuando llegara el momento
del encuentro. Porque no nos engañemos, yo nunca dudé de que este día llegaría ,de hecho contaba los días, las horas, los minutos hasta que sucediera. Era consciente que podía tardar más o
podía tardar menos, pero no dudaba de que
llegara. Y llegó. Sin avisar ni nada. Sin
pronunciar mí nombre. Sin pedir paso ni permiso, pero supe que había
llegado la hora. Y acepté.Acepto. Quiero..
Me
imaginé
que encerraba en los puños la frágil caricia de dos corazones que un día no
supieron tomar el suficiente impulso para conseguir saltar la inalcanzable barrera de los sueños. Durante ese tiempo
de soledades y silencios, sobre todo en mis largas noches de insomnio me he
preguntado una y otra vez cuales fueron los motivos que nos llevaron a
rozar el límite del abismo. Ahora sé que fueron nuestras circunstancias las que
ocasionaron el desastre.
Le vi a lo lejos apoyado una esquina de la calle .Estaba
a una distancia considerable, pero supe que era él. Le reconocería en
cualquier parte, aunque se encontrata en la otra parte del mundo mezclado entre miles de personas. Estaba
pensativo, el ceño fruncido y la mirada baja y lejana, con su inseparable cigarrillo entre los labios y las manos apretadas
en los bolsillos, como si no quisiera que algún secreto se le escapara.
Después de tanto tiempo de ausencia le noto
cambiado, a medida que me voy acercando huelo el cambio que el tiempo ha producido
en él.
Corro hacia él. Tengo prisa por llegar a su lado,
me abro paso al abrigo de las emociones, y doy rienda suelta a mis
pensamientos.
Pintura de Fabian Pérez