lunes, 30 de noviembre de 2009

Guarda y tutela



-Lloraste porque te ibas la otra noche tal como dijiste?
-Confieso que estaba tan cansada después de nuestra aventura que me fuí directamente a la cama.
-Guarda tus lágrimas para una casua mejor. Todavía tienes por delante uno de los mejores placeres de la vida.
me gustaría contarte mil cosas sobre Roma. ¡Y me gustaría tanto ir contigo para poder enseñartela personalmente!
Tienes que prometerme que un día me dejarás que te lleve a un pequeño hotel situado en Via Felice, en el monte Pinicio, una casa con una terraza en el cuarto piso. Hay una tienda de objetos de cerámica en el sótano. Se puede acceder a la terraza por la escalera principal. Yo ocupé una de las habitaciones que daban a esa terraza, y que constituía mi pequeña propiedad. Recuerdo que solía coincidir con una pobre escultora americana que vivía justo debajo. Llegó a hacerme un busto; el de Apolo Belvedere no era nada comparado con aquel. Me pregunto qué habrá sido de ella. Tienes que ver esas vistas, las vistas que veía cada mañana cuando me levantaba, donde leía, estudiaba y vivía. Solía alternar las visitas a lugares de interés con ataques de estudio apasionado. De haber pasado allí otro invierno, estoy seguro de que hubiera aprendido muchísimo.
El auténtico amante de Roma oscila en una especie de dolor delicioso entre la ciudad como tal y la ciudad de la literatura. Esas dos ciudades permanecen en tu mente eternamente, haciendo referencia la una a la otra y discutiendo por y para ti. Nora, si tuviéramos ojos para las cosas metafísicas, seríamos capaz de ver desde esa pequeña terraza una gran cantidad de extrañas ambiciones y fantasías esparcidas por la ciudad. ¡Era bello observar, allí sentado, cómo la campagna hacía suyo el relato y respondía a mi página escrita! ¡Si sé algo de la historia (un hombre como yo se supone que debería conocerla), lo aprendí en aquella atmósfera grandilocuente!. Me gustaría saber quién está sentado hoy en aquella misma escuela.
Quizá tú podrías contarme algo.
-Recogeré las migajas de tus banquetes y haré una comida con ellas-dijo Nora-Te diré a qué saben.
-Díos quiera. Y una cosa más. No dejes que Mrs Keith te convierta en una católica

Guarda y tutela, de Henry James

domingo, 29 de noviembre de 2009

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No sé porque, todo el día ando pensando en esta canción.

Los buscadores de conchas


Algún lugar de Inglaterra
20 de Mayo de 1944
Mi querida Penélope:
En el curso de las últimas semanas me he sentado para escribirte una docena de veces.
En cada ocasión no he podido pasar de las cuatro primeras cuatro líneas, siendo interrumpido por alguna llamada telefónica, o la puerta, o por urgentes requerimientos de un tipo u otro.
Pero por fin ha llegado el momento en que puedo estar casi seguro de contar con una hora de tranquilidad en este lugar ignorado. Tus cartas han llegado bien y han sido una fuente de felicidad. Las llevo siempre conmigo como un colegial amartelado y las leo y releo infinidad de veces. Si no puedo estar contigo, puedo oír tu voz.
Ahora soy yo quien tiene mucho que decir. A decir verdad, resulta difícil por donde empezar, recordar lo que hablamos y lo que silenciamos. Esta carta se referirá a lo que no se dijo.
Nunca me has querido hablar de Ambrose y mientras estuvimos en Tresilick, y vivimos nuestro propio mundo privado, parecía un punto de poca importancia.
Últimamente sin embargo pocas veces sale de mis pensamientos y está claro que es el único obstáculo entre nosotros y nuestra eventual felicidad. Esto suena detestablemente egoísta, pero uno no puede quitarle la mujer a otro y ser un santo. Y es así como mi mente, aparentemente de motu propio, salta hacia delante. A la confrontación, la aceptación, la culpa, los abogados, los juzgados y un posible divorcio.
Siempre existe la posibilidad de que Ambrose sea caballeroso y permita que te divorcies de él. Si he de serte honesto no veo la mínima razón para que no lo acepte y estoy perfectamente preparado para aparecer en los tribunales como el corresponsable culpable y hacer que él se divorcie de ti. Si esto sucede, debe tener acceso a Nacy, pero esto es un puente que debemos cruzar cuando lleguemos a él.
Todo lo que importa es que deberíamos estar juntos y casarnos en au día; mejor pronto que tarde. La guerra se acabará algún día. Yo seré desmovilizado y volveré, con agradecimiento y una pequeña gratificación, a la vida civil. ¿Puedes considerar la perspectiva de ser la esposa de un maestro de escuela ¿ Pues eso es todo lo que quiero ser. A dónde iremos, dónde viviremos y cómo será, no puedo saberlo, pero si pudiese escoger, m gustaría volver al norte, para estar cerca de los lagos y las montañas del distrito de Peak.
Sé que todo esto parece muy lejano. Tenemos ante nosotros un camino complicado, plagado de obstáculos que tendremos que superar uno a uno. Pero un viaje de mil kilómetros empieza con el primer paso y no hay expedición peor que la que no se inicia.
Al releer lo anterior, me suena a carta de un hombre feliz que espera vivir para siempre. Por alguna razón, no tengo temor de no sobrevivir a la guerra. Muerte, el último enemigo, todavía parece muy lejos, más allá de la vejez y la enfermedad. Y no me cabe en la cabeza que el destino, después de habernos reunido, no quiera que sigamos así.
Pienso en todos vosotros en Carn Cottage, imagino lo que estáis haciendo y deseo estar con vosotros, compartiendo las risas y los quehaceres domésticos de lo que he llegado a pensar sea mi segundo hogar. Todo fue bueno, en el sentido estricto de la palabra. Y en esta vida nada bueno se pierde realmente. Permanece parte de la persona, se convierte en parte de su carácter. Así una parte de ti va conmigo a todas partes. Y una parte de mí es tuya para siempre. Todo mi amor, querida.

RICHARD


Los buscadores de conchas, de Rosamunde Pilcher

sábado, 28 de noviembre de 2009

Este amor ya sin mí te amará siempre

Querida Susi:

Alguna vez tenía que ser, esto no hay quien lo evite. Sólo por una razón me entristece la muerte, porque ya no voy a volver a verte. Eres la persona que más quiero en este mundo, también la más honesta, la más íntegra, la más buena, la mejor.

Gracias por toda la felicidad que me diste. Recuerda tú los momentos de felicidad que vivimos juntos y que esos recuerdos te sirvan de ayuda a estos momentos tristes. No te dejes dominar por la tristeza, trata de ser feliz y de que sobreviva en ti siempre ese maravilloso espíritu de alegría que tuviste siempre. No pierdas nunca la maravillosa sonrisa que te iluminaba el mundo, hazlo por el amor que sentí, que siento todavía cuando escribo ahora por ti. Con ese inmenso amor pienso y pensaré siempre en ti.

Un beso muy largo, interminable.

Ángel.

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Carta de Ángel González, que escribió a su esposa, y que dejó en depósito a Luis García Montero para abrir después de su muerte, y que éste leyó durante el entierro.


La mosca soldado




Sacrificada por alguien que la asfixió antes de lanzarla al fuego creado adrede para quemarla conuntamante con un feto que era una amenaza para el poder, Pandora R., de 17 años, existió en la ciudad de Santi Domingo.
Estaba ambarazada. Su fotografía ampliada la muestra como de tez posiblemente aceitunada; lleva un pequeño y fino collar de caracolillos de mar, como los que actualmente se venden en las tiendas de artesanía.
Tiene los ojos rasgados, casi orientales, y las cejas gruesas y simples. Como en los arawacs antillanos, la frente es ancha y bella al punto de que parece artificialmente deformada. Aunque la foto la presenta casi ladeada sobre el hombro izquierdo creo que su pelo le llega más abajo de la espalda, posiblemente hasta la cintura.
Es lacio, debió de ser de un negro profundo, y brilla como si una luz de luna lo colmara de refejos. Una sonrisa como la que imaginamos para la de El Soco se cuaja en la dentadura luminosa confirmando labios que la imaginación había creado para su símil de El Soco.
Su parecido ritual con su compañera de hace mil años me llena de ilusiones. Su traje simple parece adornado hasta el escote con motivos circulares concéntricos, puntos y rayas.La foto en blanco y negro no puede darme el color de su vestimenta, pero el derecho de imaginarla.
El doctor Douglas ha hecho el análisis de la tierra adherida a los huesos y ha encontrado polen en las gramíneas, de azucenas, y de varios tipos de margarita, para la guáyiga, palmerilla que desde hace ya unos años era común como adorno en muchos jardines de la capital, como bien me dijera Amancia, sólo está presente en el entorno del ayer.
No sé si Pandora R. aprendió nunca a tocar la ocarina, pero estoy seguro de que ha sido la "víctima" de un rito de pasaje cometido en el siglo XX

La mosca soldado, de Marcio Veloz Maggiolo

viernes, 27 de noviembre de 2009

Antes del fín












Fue en un café de Retiro donde te acercaste a pedir unas monedas y yo pregunté si querías sentarte. Eras unos de esos tantos que mendigan su inocencia como los ángeles excluidos de algún cielo perverso y extraño. Desde luego, no me conocías, y me reconfortó compartir el encuentro. Porque vos, con tu corta edad, llevabas la mirada envejecida por esas atrocidades que, en breve tiempo, realizan en el cuerpo y el alma la devastación que traen los años.
Cuando en alguna oportunidad he vuelto al mismo café, te he buscado con el deseo de saludarte. Ya no estabas, pero te descubro en otros chicos, cuando, al regresar de noche a casa, los veo hurgar entre las bolsas de basura, hundiendo en la inmundicia sus pequeñas manos, destinadas a los columpios y a las calesitas. Y no sé por qué, entonces, pienso en Rimbaud. Quizá, porque también él pertenecía a la raza de los que cantan en el suplicio. Rimbaud, que en las calles de París se alimentaba con los mendrugos que sacaba de la basura, y que dormía por las noches acurrucado en los portales. Recordé las palabras: “La verdadera vida está ausente.”
Y encerrado en este viejo estudio, sentado al borde de la cama, vuelvo a ver el dibujito de la casa que me regalaste, y que yo supuse era la casa de tus sueños, con flores, pequeñas ventanas y cortinas, con una gran chimenea en el centro que largaba humo de colores, toda esa magia encantatoria de los niños que ni la miseria pareciera borrar.
He estado escribiendo estas líneas que probablemente nunca leerás; querría resguardarte de alguna manera. ¡Qué horror, el mundo!.


Antes del fín, de Ernesto Sabato

Amarillo



Escribiste el 7 de diciembre de 1990:

…El cierzo lleva un montón de días pegando fuerte. Me ha gustado Historias de oficina. Aquí, la indolencia, la necesidad de que no ocurre nada, lo llenan todo. Imposible moverse hacia ningún lado. El no encontrar sosiego en nada ni en nadie. Cada cual con su obsesión particular. Tantas voces distintas en el interior, y sólo una que ha de vencer, aplastar a los demás. ¿Cuál?
PERO QUE PUTA MIERDA, TÍO, QUÉ PUTA MIERDA. Me gustaría estar metido en un tren, y largarme y quedarme dormido en el asiento del vagón y despertarme en cualquier parte. Un sueño plácido…Me pierdo continuamente en los libros, en sus historias. ¿Evasión de la realidad? Fácil. Fumo con desgana. Camino, doy largos paseos que me descubren una Zaragoza ajena, extraña. Hoy he vuelto a soñar. ¿Hasta cuándo? Ya basta de literaturizarlo todo. Ya basta. Tan sólo deseo hallar una confusión ordenada,
Sólo eso. El calor está en las cosas redondas. Miro la foto de Pilar Nasarre y me da la impresión de que la conozco, y es entonces cuando casi me enamoro de su rostro.
Abandonarse a la obsesión. No tengo mucho más que decir. Se me está terminando la cuerda. Cada vez me cuesta más escribirte. El lenguaje me resulta, cada día que pasa, más inaprensible. No sirve para nada luchar con él a tu lado.
Es sólo una ausencia más. Siempre a cuestas con lo del recrearse con el lado oscuro de las cosas, ser director y protagonista y espectador de situaciones que rayan lo demencial.
Sudo ¿Cuándo se dejaron de bailar valses en Viena? ¿Tanto hace ya? jodermierda putamecagoendiosyenlavirgenmecagoenlamadrequemeparió-putamierdajodermierdahostiaputamierda. El teléfono es el artilugio más hijoputa que inventaron nunca. Paseos sin rumbo. El cierzo chillándome en los oídos. Me duele tanto la soledad. Antesdeayer fumando en casa de Fernando: risas-risas. Estoy mal tío. Chungo de cojones. Como siempre, el puto acto de reflexionar. Hay veces que ya no sé ni expresarme. Joder. Con el último cuento lo he dado todo. Suena estúpido, pero la verdad es que me siento vacío de la hostia. No tengo nada que contar o que decir. Se acabó. No hay más. No sé si te podré volver a escribir. Con el cuento y con esto he llegado al final de la historia. Que me den por el culo. Tanto falsear la verdad. Tienes razón, en la verdad está el error. Llevo una semana y pico que no me soporto, si bien he intentado ser soportable para los demás. Mierda. Hasta la tristeza me ha abandonado. Tanta luz y movimiento a mí alrededor.
Un rato después. Dios, por qué hemos de ser tan cojonudamente jodidos. Aya siglo XX nos ha tocado vivir. Los conceptos se han vuelto demasiado vagos. Individuos descontextualizados. Cigarrillos con boquillas. Botellas no retornables. Falta de pasión. Resistencia al instinto. Psicología aplicada. Migas empaquetadas. Cortinas de colores. Agobiante. Agobiante de la hostia. Hipersensibilidad…Me cago en la hipersensibilidad y en los espejos mates y en todas las marías-no-sé-qué y en los discos sin rayar y en los autobuses perfumados y en la montaña en general. Conocimiento conocimiento conocimiento conocimiento conocimiento¡ MIERDA! Los cinco sentidos, anulados. El cerebro, embotado. Estoy cansado. Todo venido abajo. Ego desplazado. Pupilas enrojecidas, húmedas. Viento sanador. Agotamiento. Las hieles de la felicidad. Vaya chorrada. Pasear por la ribera del Ebro y ver agua y cielo y la ribera que no termina y escuchar el cierzo y aspirar profundamente y comenzar a temblar y rechinar de dientes y recordar y maldecir y seguir caminando y obligarte a fumar otro más y ver crecer la angustia y hablarte a ti mismo en voz baja y continuar hacia delante.
Reventado de luchar. Yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo. Todo tan asquerosamente lógico, tan aberrantemente racional. Todo sigue el curso que ha de seguir. Pues no me sale de los cojones. Así de claro. Creo que ya está todo. No, nunca está todo. Todas las implicaciones que conlleva la permanencia del recuerdo son indescifrables, indecibles. A la mierda.
Desprecio la sensatez. La desprecio con toda mi alma. Cordura, cordura, sensatez, autocontrol=basura
Amarillo, de Félix Romeo

jueves, 26 de noviembre de 2009

Tiempos felices, frágil mundo



Cuidadosamente pegado en una página había un artículo del Times de la fecha en que murió Faulkner y donde se reproducía por completo su pomposo discurso de aceptación del premio Nobel. Maureen había subrayado su último y grandilocuente párrafo: “La voz del poeta no debe ser solo la historia del hombre; puede ser también uno de los sostenes de los pilares que lo ayuden a perdurar a triunfar”
Durante la noche dejé varias veces de leer a Maureen para leer a Faulkner: “Creo que el hombre no se limitará a perdurar: triunfará. Es inmortal, no solo porque es el único ser que posee una voz inagotable, sino porque tiene alma, un espíritu capaz de compadecerse, de sacrificarse, de resistirse” Leí el discurso del Nobel de principio a fin y pensé: “¿Y de qué demonios estás hablando? ¿Cómo pudiste escribir El ruido y la furia, como pudiste escribir El villorrio, como pudiste escribir sobre Temple Drake y Popeye y ahora escribir esto?”
Tiempos felices, frágil mundo, de Robert Menasse

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La huella de las palabras









Gijón, 10 de noviembre de 1998
Querido amigo:
Tres años han transcurrido desde que fue concebida la idea de este libro y ya es hora de ponerle punto final .Te decía en el prólogo que éste es un libro vivo, que ha crecido madurado y tomado forma conforme iba desarrollándose la obra del autor que es objeto de su reflexión. Así, mientras La huella de unas palabras se construía, Antonio Muñoz Molina escribía una nueva novela, Plenilunio, en la que las dos grandes vertientes de su narrativa (las que representan Beltenebros y El jinete polaco) se ha sintetizado en un relato memorable. Y yo mismo tampoco he permanecido inactivo y he publicado a mi vez otras dos novelas. Ha sido sin duda un tiempo de aprendizaje y de reflexión, parte de la cual se refleja en las páginas de este libro, que ha sido escrito sin prisa, fruto de la decantación de la memoria. La memoria de mi lectura de las obras de Muñoz Molina.
Quizá ahora estas páginas hayan entrado a formar parte también de tu memoria y el curso del río de la literatura discurra por tierras y paisajes emocionales que sólo a ti te pertenecen, pero que de alguna manera no son ajenos a los que aquí has visitado. Al menos, eso espero.
Por ello te escribo estas líneas de despedida, con la complicidad de tantos placeres compartidos en las páginas de otros y en nombre de esa memoria común que da título a la segunda parte de este libro.
Decía Marco Polo, en el libro de Italo Calvino Las ciudades invisibles, que las “ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedo, aunque el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas, y toda cosa esconda otra”. De igual manera están construidas las ciudades de las memorias, esos espacios de conciencia común que nos unen a unos y otros mediante hilos invisibles. Y no es extraño porque las ciudades mismas son memorias hecha piedra, vidrio, madera, hormigón, hierro o asfalto. Memoria materializada.
No sé qué avenida es la que conduce desde una noche de mi infancia en que soñaba con el mundo del sexo en un barrio de París, la primera vez que salí de España. En mi recuerdo hay un libro de H. G. Welles (La guerra de los mundos) que mi padre me leía cada noche, y los poemas amorosos de Paul Éluard. Hay fascinación y miedo, deseo y curiosidad, ignorancia y asombro. Y todos esos elementos transcurren por la ciudad de la memoria, combinándose, dando forma a otra cosa, a un extraño espejo que me dice quien soy y cuáles son mis sentimientos. Con esta materia, aluvión de lecturas, vivencias y emociones, relato de otros relatos, se construye la literatura. La mía. La de Antonio Muñoz Molina. La de cualquier escritor.
Muchas veces, en la memoria ajena hallamos el inesperado eco de la nuestra, como en una ciudad desconocida descubrimos rincones que nos resultan familiares. Así, cuando recorrí por primera vez no hace mucho las deslumbrantes calles de Buenos Aires, entre la presencia primordial y exuberante de sus árboles gigantescos, me topé con barrios que parecían sacados del Horta barcelonés o del madrileño barrio de Salamanca. Así, cada vez que he leído una obra de Antonio Muñoz Molina he sentido que, de alguna manera, su voz, sus emociones, eran también las mías.
Muchas veces, un escritor pone nombre a la ciudad de su memoria-levantada con fantasmas, fragmentos, reflejos de verdaderas ciudades de piedra y yeso-y así nacen villas como la Mágina de Beatus Ille, El jinete polaco, Los misterios de Madrid y Plenilunio, aunque en este último caso no se pronuncie su nombre. Otras veces, la ciudad de la memoria toma el nombre de ciudades reales, de las que se impregna y a las que de alguna manera, transforma, pues para el lector ya no es posible mirar Madrid o San Sebastian con los mismo ojos después de haber leído El dueño del secreto, El invierno en Lisboa o Ardor guerrero.
Hay ciudades a las que se regresa con devoción, como se vuelve a un grato recuerdo o a uno de esos dolores que nos han dado forma.
Hay ciudades que uno ama antes de conocer, como la Lisboa evocada por Muñoz Molina, porque de ellas emana el aroma de los relatos que las han hecho memorables. Y hay ciudades que a nuestros ojos encarnan el misterio solo con nombrarlas, como le sucedía a Raymond Rousell con la ciudad de Tombuctú.
Pero las ciudades de la memoria también pueden ser un laberinto, y con ellas reina muchas veces la soberana soledad multitudinaria de las grandes urbes. Yo he sentido muchas veces el extravío y la angustia, que son los vientos que asolan la memoria, y me he perdido más de una vez en su Dédalo de sombras, como probablemente te habrá pasado a ti, porque al fin de cuentas tú y yo somos iguales, lector. Hermanos, como dijo el poeta. Y, como tú sé que es el hilo del relato el que me ha permitido salir adelante. Ojalá que el que se ha tratado de desovillar en este libro a dos voces te sea útil.
Hasta pronto, un abrazo de

José Manuel Fajardo


La huella de unas palabras, de José Manuel Fajardo

martes, 24 de noviembre de 2009

Manola


Seguí luego acicalándome por lo que pudiera pasar con Inés Romero. Barruntaba que algunas partes de mí iban a recordar viejos tiempos. Estando en esas me empecé a carcajear imaginando al doctor Pajillas contando en el confesionario sus cuitas al párroco. ¡Vaya par de pájaros a punto de extinguirse! Lo mejor del sacerdocio debía ser el sacramento de la confesión. ¡La de cosas que debían saber algunos curas! Siempre y cuando se toparan con individuos como el psiquiatra; con gente como yo, estaban apañados. Recuerdo que, de pequeño, todos los niños del colegio hicimos la primera comunión, para lo que debimos confesarnos. Aquella vez nos fuimos contando los pecados los unos a los otros, presumiendo de ellos como de una lagartija capturada, deslumbrados por la novedad y nerviosos por la experiencia de largar intimidades a un extraño. Nunca supimos, aunque años más tarde llegamos a sospecharlo, qué había hecho Emilio Pujol para, a la tierna edad de siete años, ser penalizado con el triple de rezos que el resto. Su desproporcionada sanción y su tribulación al abandonar el confesionario nos intimidó tanto que acabó con la exhibición de pecados. Después, cada cierto tiempo, alguien insistía en la conveniencia de dejar a cero el saldo de maldades –supongo que aleccionado por el embrutecimiento que los dulces infantes fuimos desarrollando a marchas forzadas-. Sólo recuerdo haberlo hecho dos o tres veces. Siempre en el mismo sitio y ante el mismo cura: un tipo cuyo mal aspecto sólo era empeorado por su fétido aliento. Tras la salutación de rigor le soltaba de carrerilla: “digo mentiras, peleo a menudo, insulto a los compañeros, hago la puñeta en casa y he cometido muchos otros pecados”. La coletilla era, obviamente, un resumen de todas las actividades a que se refiere el sexto mandamiento. Pese a lo ingenioso del recurso mi interlocutor lo captaba de inmediato. El cura, monumento viviente a la piorrea, abría la boca dejando escapar una pestilencia capaz de pelar un baobab en menos que rezaba un padre nuestro, y me recomendaba, con tono monocorde, que dijera siempre la verdad; que fuera pacífico; que no insultara a nadie; que facilitara la existencia de mis amantísimos papás; y que no cometiera los otros pecados, porque la mayoría de ellos eran muy malos y ofendían a Díos, eufemismo para amenazar con un ciclópeo cabreo divino que tostaría mi alma en los infiernos por los siglos de los siglos. Mi redentor me preguntaba entonces si tenía propósito de enmienda y, con cierto apuro, acumulaba mi primera mentira para la próxima confesión diciendo que sí. El tipo me condenaba a dos o tres padrenuestros y alguna que otra avemaría que, por si las moscas, me apresuraba a cumplir, y me largaba como propulsado por el diablo, respirando con la boca abierta como un pez para burlar el mareo que la fragancia del apóstol me había producido...


Manola, de Supermicio

Drácula



9 de mayo

Querídisima Lucy:
Perdona mi tardanza en escribirte, pero he estado sencillamente abrumada de trabajo. La vida de una maestra auxiliar es a veces agotadora.
tengo muchas ganas de estar contigo, junto al mar, para poder charlar libremente y hacer castillos en el aire. Ultimamente trabajo bastante, porque quiero ponerme a la altura de los estudios de Jonathan, y practico la taquigrafía con asiduidad. Así podré ayudarle cuando estemos casados, y si consigo adquirir suficiente soltura, podré tomar nota de todo lo que quiera dictarme y pasarlo a máquina, cosa que también practico mucho.
A veces nos esvcribimos en taquigrafía, y él lleva un diario taquigráfico de sus viajes por el extranejro.
Cuando esté contigo, empezaré un diario igual. No me refiero a un diario de esos en que cada semana ocupa dos páginas, con el domingo resumido en una esquina, sino que voy a escribir cada vez que sienta deseos de hacerlo. Supongo que no tendrá mucho interés para los demás; pero no va destinado a nadie. Puede que algún día se lo enseñe a Jonathan, si hay algo en él que merezca la pena; aunque en realidad quiero que sea un cuaderno de ajercicios. Trataré de hacer lo que hacen las periodistas: entrevistar, describir y tratar de recordar conversaciones. Mre han dicho que con un poco de práctica se puede recordar todo lo ocurrido, o lo que se oye durante el día. Pero ya veremos. Ya te contaré todos mis pequeños proyectos cuando estemos juntas. Acabo de recibir unas líneas apresuradas de jonathan desde Transilvania. Se encuentra bien y estará de regreso dentro de una semana. tengo muchas ganas de que me cuente todas sus peripecias. Debe ser maravilloso visitar paises extraños. Me pegunto si alguna vez los veremos juntos; quiero decir, Jonathan y yo. Están dando las diez. Adiós.
Con todo mi afecto
Mina

Háblame de todas las novedades cuando me escribas.
Hace mucho que no me cuentas nada. He oído rumores; especialmente, acerca de un hombre alto, guapo y de pelo rizado (???).


Drácula, de Bram Stoker

lunes, 23 de noviembre de 2009

Mis sueños



En qué momento de la vida nos damos cuenta de lo olvidados que quedan nuestros sueños?.

Poseemos tantos,y estamos tan seguros de que todos se cumplirán en cuanto lo decidamos que optamos por dejarlos aparcados en un cajón, para cuando llegue el momento,lo que no sabemos es que cuando volvemos a ellos ya ha pasado demasiado tiempo y están caducados.

Yo tuve sueños, pero no los cuidé y ahora han desaparecido.No se qué hacer, no se cómo reaccionar ante esta pérdida. Creo que debo conoformarme,me acordé de ellos demasiado tarde.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Me gusta




















Tras muchas inquietudes y reflexiones compartidas,puedo oir como suena tu alma. Reconozco su sonido. Me gusta.Me hace feliz.

Al acercarme a ella huelo a verdad.
Me gusta sentirme atrapada y conquistada por ti.
Me gustan nuestras conversaciones,en ocasiones sin muchas palabras, pero tampoco prolongados silencios.

Me gusta la conexión que sin proponérnoslo existe entre nosotros,poder atrapar el tiempo que necesitamos y hacerlo nuestro para conquistarlo sin ningún miedo

lunes, 16 de noviembre de 2009

Canción del angel sin suerte

Tu eres lo que va:
agua que me lleva,
que me dejará.

Buscadme en la ola.

Lo que va y no vuelve:
viento que en la sombra
se apaga y se enciende.

Buscadme en la nieve.

Lo que nadie sabe:
tiera movediza
que no hablacon nadie.

Buscadme en el aire.



(Rafael Alberti, "Sobre los ángeles"

sábado, 14 de noviembre de 2009

Paraisos artificiales
























A J.G.F.


Mi querida amiga:
El sentido común nos dice que las cosas terrenales apenas existen y que la verdadera realidad sólo se da en los sueños. Para digerirla dicha natural, así como la artificial, hay que tener, ante todo, el valor de tragarla; y los que acaso merecerían la dicha son precisamente aquellos a quienes la felicidad, tal como la conciben los mortales, ha hecho siempre el efecto de un vomitivo.
A las personas ingenuas les parecerá raro, e incluso impertinente, que un cuadro de deleites artificiales le sea dedicado a una mujer: la fuente más corriente de los deleites más naturales. No obstante, es evidente que, como el mundo natural penetra en el espiritual, le sirve de alimento y contribuye de ese modo a operar esa amalgama indefinible que llamamos nuestra individualidad, la mujer es el ser que proyecta la sombra más grande o la luz más intensa en nuestros sueños. La mujer es fatalmente sugestiva; vive una vida distinta de la propia; vive espiritualmente en las fantasías que frecuentan y fecunda.

Por lo demás, importa poco que se comprenda el motivo de esta dedicatoria. ¿Acaso es necesario, para satisfacción del autor, que cualquier libro sea comprendido, excepto por aquel o por aquella para quien se ha compuesto? En fin, para decirlo todo, ¿es indispensable que haya sido escrito para alguien? En lo que a mi respecta, me interesa tan poco el mundo de los vivos que, como esas mujeres ociosas y sensibles que envían, según se dice, por correo sus confidencias a amigos imaginarios, de buena gana escribiría sólo para los muertos.

Pero no es a una muerta a la que dedico este librito, sino a alguien que, aunque enferma, sigue en mi siempre activa y viviente y que ahora vuelve todas sus miradas hacia el Cielo, ese lugar de todas las transfiguraciones. Pues lo mismo que de una droga temible, el ser humano goza del privilegio de poder obtener nuevos y sutiles placeres del dolor, la catástrofe y la fatalidad.

Verás en este cuadro a un paseante sombrío y solitario, sumido en el movedizo mar de las multitudes y enviado su corazón y su pensamiento a una Electra lejana que hace poco enjuagaba su frente sudorosa y refrescaba sus labios apergaminados por la fiebre, y adivinarás la gratitud de otro Orestes, cuyas pesadillas velaste con frecuencia y cuyo espantoso sueño disipabas con leve y maternal mano.

C.B.

Paraisos artificiales, de Charles Baudelaire

jueves, 12 de noviembre de 2009

El Regreso










Estimada señorita Beate:

Todo tiene su razón de ser. Que usted esté en un mundo incólume y yo en un mundo desquiciado tiene su razón de ser. Que nos hayamos conocido tiene su razón de ser. Que usted no me ame tiene su razón de ser.
Hace tres días que me lo dijo .Con tanto encanto, tanta bondad, tanta calidez que, a pesar de no haber hallado la felicidad que buscaba, me siento en cierto modo feliz.
Se puede amar y no ser correspondido y considerarlo una injusticia.
Pero también hay justicia en el amor no correspondido.
Llegué aquí anoche y se combate desde el alba. Es extraordinario.
Le doy las gracias por haberme permitido convertirla en testigo de mis pensamientos durante el tiempo que pasé cerca de usted.
¿Puedo continuar escribiéndole en el futuro?
Suyo
Volker Volanden
17 de enero de 1942

El Regreso, de Bernhard Schlink

Las cartas siguientes escritas en un intervalo de pocas semanas, eran similares: unas frases sobre el mundo, algunas sobre la guerra y otras sobre Beate.Volker Vonlanden comparaba a Beate con la aurora, con el lucero vespertino y de la mañana, con la lluvia cálida, con el aire que sigue a la tormenta, con un sorbo de agua tras un día bajo el sol y con el calor de la estufa tras una noche en la nieve. El pasaje de la aurora me pareció precioso.

No,Beate, usted no me recuerda la aurora que resplandece poco a poco, sumergiendo lentamente en el mundo en una luz cada vez más clara.
Hay otra aurora, breve en duración y grande en poderío, que en un instante ahuyenta la noche, disipa la neblina e inicia el día. Usted me recuerda esa aurora.
Hubo una vez una revolución en la que un barco de guerra dio la señal decisiva con un disparo y logró también la victoria decisiva. Ese barco de guerra se llamaba AURORA. Usted sabe que con una palabra podría revolucionar mi vida, ¿verdad?

domingo, 8 de noviembre de 2009

Patrimonio



Querido Sandy:

Creo que (hay entre las personas) dos tipos de Filosofía. Hay quienes se preocupan y hay quienes no se preocupan, hay quienes hacen las cosas y quienes lo dejan todo para más adelante y jamás hacen nada, ni ayudan a nadie.
Erais vosotros muy jóvenes. No me encontraba bien aquel día, cuando llegué a casa del trabajo. Mamá hizo la cena. Yo no me senté a comer, lo que hice fue quedarme en el salón. No había pasado una hora cuando ya estaba en casa el doctor Weiss, porque lo llamó mamá. Este era el panorama. Me preguntó que qué me pasaba. Le dije que tenía un dolor en la zona del corazón, me estuvo examinando y al final me dijo que no me detectaba nada malo.
A continuación me preguntó si hacía algo en exceso. Le dije que lo único que podía ser era que fumaba mucho. Me dijo que por qué no lo reducía a tres cigarrillos al día, en vez de 24. Yo le dije que mejor ninguno y antes de una semana se me había quitado el dolor y había dejado completamente el tabaco. Mamá se preocupó, el doctor Weiss me aconsejó, yo escuché. Hay muchos consejeros en este mundo, también personas que se preocupan y que hacen cosas, personas que escuchan. Muchas veces, así se salva alguna vida, y también hay personas demasiado blandas, que fuman demasiado y beben demasiado y toman drogas, y comen de un modo compulsivo. Dependiendo de cada caso, todo ello puede dar lugar a enfermedades, cuando no en algo peor.
Querías una casa. Yo me eché a la calle y te conseguí el dinero para comprarla.¿ Por qué? Porque me importaba. Phil tuvo que operarse la hernia, yo lo llevé al médico, y lo operaron. Lo mismo con mamá, con todo lo que tuvo que padecer durante 27 años. Porque me preocupo y porque soy de los que hacen cosas. Supongo que también sus padres se preocuparían, pero yo sentí el dolor de ambos, y me ocupé del asunto, no lo dejé para más tarde. Se lo digo a Jon y le doy la paliza. Utilizó toda clase de frases hechas. Como no hay como un tonto en gastarse el dinero en tonterías (lo que no has gastado, eso que tienes ganado)(algún día tendrás algún viejo dependiendo de ti), y cuando me pregunta qué viejo, le digo tú mismo), etc. Y no se lo digo sólo una vez, se lo digo todo el tiempo, le doy la paliza continuamente. ¿Por qué? Porque se olvida, como los bebedores compulsivos, como los drogadictos. ¿Por qué sigo dando la paliza? Me doy cuenta de que es un latazo terrible, pero a las personas por quienes me preocupo siempre trato de curarlas, aunque se opongan o no quieran disciplinarse incluido yo.
Yo sostengo muchas batallas con mi conciencia, pero combato mis ideas equivocadas.
Me preocupo por la gente, a mi manera.
Perdona la letra y las faltas que haya. Nunca fui muy bueno escribiendo, pero ahora es peor, ahora, encima, no veo bien.

El latazo, mal llamado,
Porque debería ser El Cuidador
Con cariño
Papá


Nunca dejaré de dar la lata y preocuparme
Así soy yo con las personas a quienes tengo cariño.

Patrimonio, de Philip Roth

sábado, 7 de noviembre de 2009

Yo, Claudio









Mi querido Augusto:
La sorpresa que recibiste detrás de ese cortinaje no fue mayor que la que
experimentamos en una ocasión, cuando el embajador de la India sacó la tela de seda que cubría la jaula dorada que nos enviaba su amo el rey y vimos por primera vez un loro, con sus plumas color esmeralda y su collar color rubí, y le oímos decir: “¡Ave, César, Padre de la Patria!”. No fue tanto por lo notable de la frase, porque cualquier chiquillo puede decir lo mismo, pero nos asombró que un pájaro hablase. Y nadie sino un tonto alabaría a un loro por su ingenio demostrado al pronunciar las palabras adecuadas, porque el ave no conocía el significado de ninguna de ellas. El mérito le corresponde al hombre que adiestró al pájaro, con increíble paciencia, para repetir la frase, porque, como sabes, en otras ocasiones se lo adiestra para que diga otras cosas, y en las conversaciones generales dice las tonterías más enormes y tenemos que mantener la jaula cubierta para obligarlo a callar. Lo mismo sucede con Claudio, si bien es muy poco elogioso para el loro, un ave innegablemente hermosa, comparar a mi nieto con él.
Lo que has escuchado es sin duda alguna un discurso que se había aprendido de
memoria. A fin de cuentas “Las conquistas romanas en Germania” es un tema evidente, y es muy posible que Atenodoro le haya hecho aprender media docena o más de modelos de declamación del mismo tipo. Fíjate que no quiero decir que no me sienta encantada de que sea tan dócil para la instrucción, me agrada sobremanera. Quiere decir, por ejemplo, que podremos enseñarle todos los detalles de la ceremonia de su matrimonio. Pero tu sugerencia acerca de que cene con nosotros es ridícula. Me niego a comer en la misma habitación que ese individuo: me daría una indigestión.
En cuanto al testimonio en favor de su robustez mental, analízalo. De niño, Germánico juró ante su padre moribundo que protegería y amaría a su hermano menor: ya conoces la nobleza de alma de Germánico, y sabes que antes de traicionar ese sagrado juramento preferiría presentar cualquier argumento en favor de la inteligencia de su hermano, en la esperanza de que algún día esa inteligencia mejore. Resulta igualmente claro por qué Atenodoro y Sulpicio fingen considerarlo mejorable: se les paga muy bien para que lo mejoren, y sus puestos les proporcionan una excusa para rondar por palacio y para darse aires de consejeros privados. En cuanto a Póstumo, hace unos meses que vengo quejándome, ¿no es cierto?, de que no puedo entenderlo. Considero que la muerte ha sido perversa al llevarse a sus dos valiosos hermanos y dejarnos sólo a él. Se complace en provocar discusiones con sus mayores cuando tal discusión no es necesaria, cuando los hechos son claros, nada más que para exasperarnos y demostrarnos su propia
importancia como tu único nieto sobreviviente. Su defensa de la inteligencia de Claudio es una prueba que viene al caso. El otro día se mostró realmente insolente conmigo cuando le dije que Sulpicio perdía su tiempo enseñando al joven. En rigor llegó a decir que, en su opinión, Claudio tenía más penetración que la mayoría de sus parientes inmediatos, ¡entre los cuales, sin duda, me incluía a mí! Pero Póstumo es otro problema.
Por el momento la cuestión se refiere a Claudio, y repito que no puedo aceptar que cene en mi compañía, por razones físicas, que espero sabrás apreciar.
LIVIA


Yo, Claudio, de Robert Graves

Gracias Cape

viernes, 6 de noviembre de 2009

La invención de la soledad
























Cuando vaciaba la casa después de su muerte, hallé esta carta en un cajón de la cocina. De todas las cosas que encontré es la que me hace más feliz, pues de algún modo equilibra la balanza y me ofrece una prueba palpable a la cual aferrarme cuando mi mente comienza a alejarse de los hechos. La carta está dirigida al "señor Sam" y la letra es casi ilegible.
19 de abril de 1976

Querido Sam:
Sé que te sororenderá saber de mí. Antes que nada será mejor que me presente. Soy la señora Nash, la cuñada de Albert Groover, del señor y la señora Groover, que vivían en el 285 de la calle Pine en Jersey City hace mucho tiempo, y la señora Banks, que también es mi hermana. Es igual. Tal vez se acuerde.
Usted me consiguió el apartamento para mis hijos y para mí en el 327 de la avenida Johnston, a la vuelta de la casa del señor y la señora Groover, mi hermana.
Bueno, yo me fui y le quedé debiendo 40 dólares. Fue en el año 1964 pero yo no sabía que tenía que tenía una deuda tan grande.
Así que aquí está su dinero, muchas gracias por ser tan bueno conmigo y con los niños en ese momento. No sabe cuánto le agradezco lo que hizo por nosotros. Espero que se acuerde. Yo nunca lo he olvidado.
Hace tres semanas llamé a la oficina pero usted no estaba.
Que el señor lo bendiga siempre. Yo casi nunca voy a Jersey City pero si voy iré a verlo.
Ahora estoy contenta porque puedo pagarle la deuda. Esto es todo por ahora.
Sonceramente.

Sr.a J.B.Nash

La invención de la soledad, de Paul Auster

jueves, 5 de noviembre de 2009

Francisco Ayala


La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente, quien, aunque otra cosa crea él, no siempre está asistido por serios aparatos de consejeros
Descanse en paz

martes, 3 de noviembre de 2009

Manola


















From: Bollita_@hotmail.com
To: LupitoLupito@hotmail.com
Asunto: ¡Soy Bollita! ¡He vuelto! ¿Estás?
Hola Lupito.
¡Cuánto tiempo sin saber de ti! ¡Cuánto te he echado de menos! Y te
sigo echando. Ojalá llegues a leer esto, aunque después de tanto tiempo, lo
dudo. Si es así, estoy escribiendo un correo a nadie, a la nada, al infinito. O al
limbo. ¿Qué más da? Al menos escribir me relajará. Falta me hace.
Antes de nada quiero pedirte perdón por haber desaparecido así, de
pronto, por las buenas, sin avisar ni dejar rastro. Hubo muchos motivos.
Algunos los entenderás. Otros no vienen al caso.

... Aquí falta texto, porque es larga, de paso no develo casi nada de la trama. Id al hilo y leéd el libro desde el principio ...

No sé quién eres tú. Me da igual. Reconozco que llegué a sentir mucha
curiosidad por tu “otro tú”, pero después de este período la he perdido. Seas
quien seas, tendrás tus deseos, tus intereses, tus apetencias, tus ambiciones.
¿Para qué quiero saberlo? Sólo deseo que seas Lupito. Lupito el obseso.
Jajaja.
Me río, pero no debería hacerlo: la certeza en saber lo que quieres y lo
que das no tiene precio. ¡Qué importante es la certidumbre! Espero que
semejante aprecio no me conduzca nunca a estropear nuestra relación
exigiendo más. Pero el peligro está ahí. El mundo es muy puñetero y es
inevitable buscar refugio donde te tratan bien, sin pensar que, al hacerlo,
cambian las reglas del juego. Antes de correr el riesgo, hay que valorarlo. Yo lo
tengo claro. Espero ser capaz de cumplir.
Si estás, si lees esto, contesta, por favor. Si tú quieres, todo volverá a
ser como antes.

Manola, de nuestro amigo Supermicio.

Las últimas palabras del email son las que más me han gustado.

_________________
Gracias Luisoroverde

lunes, 2 de noviembre de 2009

2666











Vamos a leer cartas, Harry, dijo Demetrio Águila. Yo te las leo todas las veces que haga falta. La primera carta era de un antiguo amigo de Miguel que vivía en Tijuana, aunque el sobre carecía de remitente, y era un compendio de recuerdos acerca de los días felices que ambos habían vividos juntos. Hablaba de béisbol, de fulanas, de coches robados, de peleas, de alcohol, y se mencionaban de pasada por lo menos cinco delitos por los que Miguel Montes y su amigo se hubieran hecho acreedores a penas de cárcel. La segunda carta era de una mujer. El matasellos era de la propia Santa Teresa. La mujer le reclamaba dinero y le urgía a un rápido pago. De lo contrario atente a las consecuencias, decía. La tercera carta, a juzgar por la letra, ya que tampoco estaba firmada, era de la misma mujer, a quien Miguel aún no había satisfecho su deuda., que le decía que ya solo tenía tres días para aparecer, por donde tú sabes, con el dinero en la mano, o de lo contrario, y aquí según Demetrio Águila y también según Harry Magaña se advertía un punto de simpatía femenina de la que Miguel siempre anduvo, incluso en los peores momentos, sobrado, la mujer le recomendaba que se largara de la ciudad lo antes posible y sin decirle nada a nadie. La cuarta carta era de otro amigo y posiblemente, pues el matasellos era ilegible, venía de Ciudad de México. El amigo, un norteño recién llegado a la capital, le comentaba sus impresiones de la gran ciudad: hablaba del metro, que comparaba a la fosa común, de la frialdad de los chilangos, que vivían de espaldas a todo, de la dificultad de movimientos, pues en el DF de nada valía tener un carro chido puesto que los embotellamientos eran permanentes, de la contaminación y de lo feas que eran las mujeres. Sobre esto hacía algunas bromas de mal gusto. La última carta era de una muchacha de Chucarit, cerca de Navojoa, en el sur de Sonora, y se trataba, como era predecible, de una carta de amor. Decía que por supuesto lo esperaría, que tenía paciencia, que aunque se moría de ganas de verlo el primer paso tenía que darlo él y que ella no tenía ninguna prisa. Parece la carta de una novia de pueblo, dijo Demetrio Águila. Chucarit, dijo Harry Magaña. Tengo la corazonada de que nuestro hombre nació allí, señor Demetrio. Pues mire usted por dónde, yo diría lo mismo, dijo Demetrio Águila.


2666, de Roberto Bolaño

domingo, 1 de noviembre de 2009

Dino Buzzati








Querría que vinieras a mi casa esta noche de invierno y que, abrazados tras los cristales, mientras miramos la soledad de las calles vacías y heladas, recordásemos los inviernos de los cuentos, donde vivimos juntos si saberlo. Por los mismos senderos encantados pasamos de hecho tú y yo con pasos tímidos, juntos caminamos a través de los bosques llenos de lobos, e idénticos genios que nos espiaban desde las matas de musgo suspendidas de las torres, entre el revoloteo de los cuervos. Juntos sin saberlo, desde allí quizá miramos ambos hacia la vida misteriosa que nos aguardaba. Allí palpitaron en nosotros por primera vez locos y tiernos deseos. ¿Te acuerdas?, nos diremos uno a otro, estrechándonos suavemente en la cálida estancia y tú me sonreirás confiada mientras fuera suenan lúgubremente las planchas de metal por el viento
Pero tú-ahora me acuerdo- no conoces los cuentos antiguos de los reyes sin nombre, de los ogros y jardines embrujados. Nunca pasaste,embelesada, bajo los árboles mágicos que hablan con voz humana ni golpeaste a la puerta del castillo desierto ni caminaste de noche hacia la lumbre que está muy lejos ni te dormiste bajo las estrellas de Oriente, acunada por la piragua sagrada. Tras los cristales, en la noche de invierno, probablemente permaneceremos mudos, yo perdiéndome en los cuentos muertos, tú en otros cuidados por mi desconocidos. Yo preguntaría ¿Te acuerdas?, pero tú no te acordarías.


Los sietes mensajeros y otros relatos, de dino Buzzati