sábado, 28 de noviembre de 2009

La mosca soldado




Sacrificada por alguien que la asfixió antes de lanzarla al fuego creado adrede para quemarla conuntamante con un feto que era una amenaza para el poder, Pandora R., de 17 años, existió en la ciudad de Santi Domingo.
Estaba ambarazada. Su fotografía ampliada la muestra como de tez posiblemente aceitunada; lleva un pequeño y fino collar de caracolillos de mar, como los que actualmente se venden en las tiendas de artesanía.
Tiene los ojos rasgados, casi orientales, y las cejas gruesas y simples. Como en los arawacs antillanos, la frente es ancha y bella al punto de que parece artificialmente deformada. Aunque la foto la presenta casi ladeada sobre el hombro izquierdo creo que su pelo le llega más abajo de la espalda, posiblemente hasta la cintura.
Es lacio, debió de ser de un negro profundo, y brilla como si una luz de luna lo colmara de refejos. Una sonrisa como la que imaginamos para la de El Soco se cuaja en la dentadura luminosa confirmando labios que la imaginación había creado para su símil de El Soco.
Su parecido ritual con su compañera de hace mil años me llena de ilusiones. Su traje simple parece adornado hasta el escote con motivos circulares concéntricos, puntos y rayas.La foto en blanco y negro no puede darme el color de su vestimenta, pero el derecho de imaginarla.
El doctor Douglas ha hecho el análisis de la tierra adherida a los huesos y ha encontrado polen en las gramíneas, de azucenas, y de varios tipos de margarita, para la guáyiga, palmerilla que desde hace ya unos años era común como adorno en muchos jardines de la capital, como bien me dijera Amancia, sólo está presente en el entorno del ayer.
No sé si Pandora R. aprendió nunca a tocar la ocarina, pero estoy seguro de que ha sido la "víctima" de un rito de pasaje cometido en el siglo XX

La mosca soldado, de Marcio Veloz Maggiolo

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