En el atardecer del domingo surge el recuerdo, despertado por la sensación de calma y tranquilidad; me llega de manera imprevista. Hace ya mucho tiempo y aunque la situación permanece intacta en mi memoria, hoy se ve distorsionada en los que la vivimos; parece que este recuerdo se solapa con un sueño, que con fuerza imprevisible modificara aquel momento; se ha ido borrando tu rostro y en su lugar surge el de “ella”, mi mujer soñada.
Sea como sea, el recuerdo sigue vigente y no me resisto a rememorarlo sin tener lcaro cual es la verdadera protagonista del mismo.
Era otro frío atardecer de domingo invernal, ya prácticamente había caído la noche y estábamos refugiados en un casi vació pub del puerto de Folkestone; allí esperábamos que pasaran las dos o tres horas que faltaban para la salida del ferry que nos llevaría a Ostende. Cuando ya llevábamos casi una hora allí descubrimos en un rincón un viejo y destartalado piano; te acercaste y levantaste la tapa lo que hizo que el camarero que atendía el mostrador te dijera que podías tocar si te apetecía. Sin dudarlo te sentaste y, tras comprobar la afinación, tus dedos comenzaron a interpretar una de las Rapsodias húngaras de Listz (creo recordar que era la número 12). Cerré los ojos dejándome atrapar por la magia de tu música y cuando los abrí note tu mirada fija en mi cara. Me sonreíste levemente y continuaste tocando. Así estuvimos hasta el momento de abandonar el local para embarcar.
Luego vino la travesía; era una noche despejada de nubes y con mucho frío, pero a pesar del mismo decidimos pasar la mayor parte de la misma en cubierta. Nos hicimos con unas viejas mantas de viaje y nos sentamos en unas tumbonas a popa. La mayor parte del tiempo estuvimos sin hablar, limitándonos a contemplar las estrellas que se veían con enorme claridad en un cielo sin nubes. Poco a poco nos fuimos haciendo confidencias, nos dedicamos a exponer sin ningún tipo de ocultación nuestros más íntimos sentimientos y sensaciones. Pero esto es ya otra historia que tal vez recuerde en otro momento, o no.
Gaviero, que relato más bonito.
ResponderEliminarEspero que te decidas a seguir contando. Voy a buscar la música de Listz para volver a leer.
Viviste una bonita historia, enhorabuena.
Un abrazo
Gaviero. Un relato excepcional, un recuerdo fantástico.
ResponderEliminarUn saludo.
Espero que recuerdes y nos sigas deleitando de tu relato cuando tendidos con la manta descubrían sus sentimientos quizás aun escuchando la música de piano…volveré a ver qué paso luego …besos
ResponderEliminarUn relato, que me recuerda a una historia parecida, que algún día escribiré, pero la mia no era tan dulce y entrañable, la mia la pasión y sexo recorrían la cubierta del viejo barco...
ResponderEliminarGaviero, nos has dado a probar el vino, está espléndido. Acabemos con la botella. Un saludo.
ResponderEliminarMadi en los recuerdos,y aún más cuando se mezclan con los sueños, siempre fijamos la atención en los buenos momentos, no sólo como fueron sino como quisieramos que hubieran sido. Prometo la continuación. Un fuerte abrazo para ti.
ResponderEliminarGracias alegre opinador, me alegra que te haya gustado el relato. Saludos.
ResponderEliminarIgualmente te lo agradezco a ti Xiomara, y como ya le digo a Madison no me va a quedar más remedio que continuar el relato. Por cierto, la música es sublime. Besos.
ResponderEliminarMoises, la pasión y el sexo también tienen su aspecto entrañable. Espero que te decidas a escibirla, seguro que nos atrapa.
ResponderEliminarThornton, no cabe la menor duda, una vez abierta una botella, si el vino es del agrado de todos los comensales no hay más remedio que acabar de beberla. Gracias por tus palabras y como ya he dicho, tendremos que continuar la historia. Saludos.
ResponderEliminarPasaron los días. Unos días fríos, donde sólo apetecía disfrutar de bellas panorámicas e inagotables paseos por las infinitas playas de Ostente.
ResponderEliminarDespués de comer, el clima invitaba a refugiarse en el hotel y aquí, en el Casino Royal de Ostende, fue donde descubrimos una serie de personajes sacados de cualquier libro al calor del fuego.
Nuestra atención al unísono, se centró en unas fotos que vestían las aterciopelas paredes de nuestro refugio.
Recogí tu brazo desnudo y sobre tu piel, escribí con mi dedo la palabra Moere. Recuerdo tu cara de asombro, primero porque no llegaste a interpretar mis renglones en tu piel. Luego, tras varios esfuerzos, interpretaste Muerte. Mi risa provocó aún más tu sorpresa y espanto. Como un susurro dejé en tu oído el nombre del cuadro y la palabra escrita en tu brazo: Moere.
La tarde se echó encima de la noche, bien pertrechados nuestros cuerpos, salimos a disfrutar la panorámica embellecida en las playas de Ostende hasta llegarnos al pub Innovador en Louisastraat muy cerca del hotel Marion.
Alimentamos las venas de nuestro amor con besos y caricias prohibidos en otros lugares, al tiempo que unas copas regaba nuestros deseados cuerpos.
Sonaba “Sexual Healing” de Marvin Gaye. Sí; fue una noche sexual. Una noche de amor.
Al día siguiente, antes de embarcarnos de nuevo hacia Folkestone, un viejo marinero nos trasladó, en su barco de paseo, al pueblo de Moere. Aquí, te dije, en este pueblo, vivió y tuvo casa Marvin Gaye. Una casa de una belleza propia como sus canciones.
En el trayecto hacia Folkestone, descansamos nuestra noche, pertrechados bajo nuestras mantas, sobre la cubierta. Nuestras miradas no necesitaban palabras. De fondo sonaban las melodías del álbum Midnight Love.
En Folkestone nos esperaba la guerra de los mundos, es decir, la de H.G.Wells, el museo que visitarías del autor y la guerra diaria del mundo real.
Lo demás, lo demás quedaba en nuestros sueños.
Manel, has conseguido redondear y mejorar el relato inicial. No hay la menor dudfa de que es un hermos y sentido texto, y curiosamente, me has hecho recordar lugares y emociones de aquella ciudad. Gracias y enhorabuena.
ResponderEliminarSaludos.