Zarpamos con más de una hora de retraso, serían las 10 de la noche; mientras desatracábamos fueron muchos los viajeros que se quedaron en cubierta contemplando la maniobra; una vez que abandonamos el puerto y nos internamos en el mar, el viento que se levantó, haciendo aumentar la sensación de frío, hizo que poco a poco toda la gente buscará refugio en el interior.
La noche, a pesar de las bajas temperaturas, presentaba un aspecto agradable; un cielo totalmente despejado, sin una sola nube, permitía contemplar una enorme cantidad de estrellas y, además, la luna llena proporcionaba una luminosidad casi mágica. Hablamos sobre si entrábamos o no en cubierta y ambos estuvimos de acuerdo en permanecer fuera. Después de permanecer unos minutos acodados en la borda, y ante la espuma que nos salpicaba allí asomados, decidimos dar un paseo y finalmente nos sentamos en unas tumbonas de popa que quedaban relativamente protegidas del mal tiempo. Descubrimos unas mantas de viaje dobladas en el suelo, al lado de una escotilla, y cogiéndolas nos tapamos con ellas.
Estuvimos un buen rato en silencio, disfrutando del espectáculo de la noche estrellada. Después, fueron brotando las confesiones; de manera sencilla y sin ningún interés oculto nos contamos nuestras aspiraciones, los hechos y recuerdos principales de nuestras vidas, las sensaciones que, comprobamos sorprendidos, eran prácticamente vividas por cada uno de nosotros. Al ir desgranando confidencias, apreciamos que compartíamos igualmente sueños e inquietudes.
Fue toda una experiencia el descubrirnos cada no en el otro, y a la vez conocer a la otra persona y ver que nuestros sentimientos eran similares. Dejamos de hablar y nos limitamos a mirarnos a los ojos. Nos dejamos atrapar ambos y en esos momentos nos dimos cuenta de que ambos formábamos un solo ser. De manera instintiva nos buscamos los dos, y permanecimos abrazados, sintiendo el roce de nuestra piel, el olor de cada uno, y entonces nos hicimos una promesa, siendo conscientes de que aquella sería la única y última noche que estaríamos juntos, las noches de luna llena, estuviéramos donde estuviéramos, contemplaríamos el cielo y las estrellas, a poder ser, a la orilla del mar, y de esta forma volveríamos a estar juntos.
La noche, a pesar de las bajas temperaturas, presentaba un aspecto agradable; un cielo totalmente despejado, sin una sola nube, permitía contemplar una enorme cantidad de estrellas y, además, la luna llena proporcionaba una luminosidad casi mágica. Hablamos sobre si entrábamos o no en cubierta y ambos estuvimos de acuerdo en permanecer fuera. Después de permanecer unos minutos acodados en la borda, y ante la espuma que nos salpicaba allí asomados, decidimos dar un paseo y finalmente nos sentamos en unas tumbonas de popa que quedaban relativamente protegidas del mal tiempo. Descubrimos unas mantas de viaje dobladas en el suelo, al lado de una escotilla, y cogiéndolas nos tapamos con ellas.
Estuvimos un buen rato en silencio, disfrutando del espectáculo de la noche estrellada. Después, fueron brotando las confesiones; de manera sencilla y sin ningún interés oculto nos contamos nuestras aspiraciones, los hechos y recuerdos principales de nuestras vidas, las sensaciones que, comprobamos sorprendidos, eran prácticamente vividas por cada uno de nosotros. Al ir desgranando confidencias, apreciamos que compartíamos igualmente sueños e inquietudes.
Fue toda una experiencia el descubrirnos cada no en el otro, y a la vez conocer a la otra persona y ver que nuestros sentimientos eran similares. Dejamos de hablar y nos limitamos a mirarnos a los ojos. Nos dejamos atrapar ambos y en esos momentos nos dimos cuenta de que ambos formábamos un solo ser. De manera instintiva nos buscamos los dos, y permanecimos abrazados, sintiendo el roce de nuestra piel, el olor de cada uno, y entonces nos hicimos una promesa, siendo conscientes de que aquella sería la única y última noche que estaríamos juntos, las noches de luna llena, estuviéramos donde estuviéramos, contemplaríamos el cielo y las estrellas, a poder ser, a la orilla del mar, y de esta forma volveríamos a estar juntos.
Los barcos arrullan como tu relato una se bambolea en sus olas…entre los chapoteos de las confidencias… bajo las estrellas y el timón que se empeña en girar el rumbo de los enamorados ..pues yo he disfrutado mucho de la travesía que me proporciono tu relato …besos
ResponderEliminarDifícil travesía, estar y no estar, esperando a la luna.
ResponderEliminarUn saludo
Ese mirar a la luna, me recuerda una promesa propia. Y creo que esa misma la hemos hecho la mayoría de los seres humanos, algún día.
ResponderEliminarEn cuanto a mirar a las estrellas, hasta "el principito" lo propone como solución a la ausencia...
Un texto bellísimo, pero no creo en esas promesas.
ResponderEliminarLas travesías del amor que bellas son, amiga...Gracias por compartir.
ResponderEliminarExisten sueños que se cumplen, son breves e irrepetibles, quizá precisamente por eso son inolvidables por muchos años que transcurran.
ResponderEliminar