Me gusta pasear por la orilla del Sena. Los diques, las dársenas, las esclusas me hacen soñar en algún puerto lejano en el que me gustaría vivir. Veo, en mi imaginación, muchachas y marineros bailando, pequeñas banderas, barcos inmóviles con los mástiles sin velas.
Estos sueños no duran mucho.
Los muelles de París me son demasiado familiares: sólo se parecen durante un instante a las brumosas ciudades de mis sueños.
Una tarde de marzo, me paseaba por los muelles.
Eran las cinco. El viento me levantaba el abrigo como si fuera una falda y me obligaba a cogerme el sombrero. De cuando en cuando, las ventanas acristaladas de un bateau-mouche pasaban sobre el agua, más rápido que la corriente. La corteza mojada de los árboles brillaba. Se veía, sin necesidad de girar la cabeza, la torre de la estación de Lyon, con sus relojes ya iluminados. Cuando el viento cesaba, el aire olía a arroyo seco.
La chimenea de los remolques caía hacia atrás antes de llegar a los puentes. Cables tendidos unían gabarras habitadas en el centro del río. Una larga tabla iba desde una chalana hasta tierra.
El obrero, que pasaba por encima, rebotaba a cada paso, como si caminara sobre un somier.
No tenía intención de matarme, pero inspirar compasión a menudo me gusta. En cuanto un paseante se aproximaba, ocultaba el rostro entre las manos y aspiraba por la nariz como cuando uno ha llorado. La gente, mientras se alejaba, volvía la cabeza.
La semana anterior, en un arrebato de fingida sinceridad, faltó poco para que me arrojase al agua.
Estos sueños no duran mucho.
Los muelles de París me son demasiado familiares: sólo se parecen durante un instante a las brumosas ciudades de mis sueños.
Una tarde de marzo, me paseaba por los muelles.
Eran las cinco. El viento me levantaba el abrigo como si fuera una falda y me obligaba a cogerme el sombrero. De cuando en cuando, las ventanas acristaladas de un bateau-mouche pasaban sobre el agua, más rápido que la corriente. La corteza mojada de los árboles brillaba. Se veía, sin necesidad de girar la cabeza, la torre de la estación de Lyon, con sus relojes ya iluminados. Cuando el viento cesaba, el aire olía a arroyo seco.
La chimenea de los remolques caía hacia atrás antes de llegar a los puentes. Cables tendidos unían gabarras habitadas en el centro del río. Una larga tabla iba desde una chalana hasta tierra.
El obrero, que pasaba por encima, rebotaba a cada paso, como si caminara sobre un somier.
No tenía intención de matarme, pero inspirar compasión a menudo me gusta. En cuanto un paseante se aproximaba, ocultaba el rostro entre las manos y aspiraba por la nariz como cuando uno ha llorado. La gente, mientras se alejaba, volvía la cabeza.
La semana anterior, en un arrebato de fingida sinceridad, faltó poco para que me arrojase al agua.
Mis amigos, de Emmanuel Bove
Bonito, sí.
ResponderEliminarParís, París, siempre París. Ahora mismo me largaba a pasear por sus calles, a atravesar sus puentes, a perderme en la Huchette, pero nunca, nunca, a tirarme al Sena.
ResponderEliminarEl empedrado, brillante de lluvia,
ResponderEliminardejó paso al charco
dejando tu huella sobre la arena del parque
lo mismo que esconde nuestras sombras en la noche.
En el estanque, desaparecidos sus pequeños veleros manuales,
se estremece el agua acariciada por el viento proletario
sangre de su sangre
carne de su carne.
Retrocedo los pasos que ayer me regalaste
bajo el sauce lloroso de nuestro jardín Luxemburgués
Rosa, roja aroma de revolución de un tiempo
El aire, azota el agua que despide la fuente de Médicis,
aventándo mi rostro camino del Boulevard de San Michel
comunas, alborotos, adoquines
librería de viejo, Gibert Jeune.
Adiós a la fiesta, artistas de tercera fila
marginación, frío, alcoholismo, prostitutas
Café de Flore, hambrientos escritores
"Escenas de la vida en Bohemia"
Sorbo el aire de tu adiós, aulas cerradas sin mayo,
rosaleda perdida
como la enrojecida y gris Sorbona en el tiempo
casas entramadas, fachadas inclinadas
buhardillas desnudas
calles du Chat qui pêche.
Calado, día de lluvia, como tu adiós
cargado de palabras, de hechos para conquistar
pensamientos, cartas ficticias
para disfrutar de tu lectura
figurándote
Refugiado en el Café Tournon,
Saint Germain en ellos
existencialista, surrealista
recordé las palabras cinceladas
que Joseph Roth escribió en el mismo café:
... todo lo que desaparece, necesita largo tiempo para ser olvidado ...
Ese último párrafo es, para mi, escalofriante.
ResponderEliminarqué buena idea!
ResponderEliminarParís me gusta muchísimo. He vivido en esta ciudad quizás demasiado tiempo. Es una ciudad que ha sido respetada como ninguna en las guerras y tiene el encanti de sus fachadas, de sus buhardilla, de sus jardines, de sus monumentos, de su río. Sin embargo, como no soy norteamericano, no creo que sea una ciudad para el romántico amor. Hay otras ciudades más tractivas en toda Europa, y no te digo en España. Los habitantes de París ya no son como eran aquellos que la habitaban hace años, en los tiempos de Aznavour, Brassens, Piaf y tantos otros. Un cordial saludo.
ResponderEliminarMe ha encantado.
ResponderEliminarY sí, hay veces que uno se mete tanto en un papel que por pura profesionalidad sería capaz de llevarlo hasta sus últimas consecuencias, de forma inexplicable para el resto del mundo, incluso para uno mismo.
Siempre he pensado que todos somos unos extraños... sobre todo para nosotros mismos.
Y me encanta no conocerme en algunos momentos, no re-conocerme en otros, y des-conocerme por completo en determinadas ocasiones.
Las mayores sorpresas nos las damos nosotros mismos.
Feliz domingo por la tarde!
Este libro me encanta, lo tengo entre mis favoritos.
ResponderEliminarDe hecho me gustan mucho los libros ambientados en París.