[por Maverick]
Querida Elizabeth:
No os podéis imaginar lo bien que se nos ha dado el día de hoy. Hemos capturado dos cargueros españoles que venían de las Indias Orientales. Ahora, que ya sabemos por dónde pasan, es un juego de niños. Esperamos que regresen a la vieja Europa, porque siempre vienen cargados con oro, sedas y joyas que traen del nuevo mundo y todo lo que tenemos que hacer es abordar los barcos y tomar el botín.
No todo iba a ser tan fácil y hoy hemos tenido que luchar con dos fragatas que acompañaban a los cargueros. Nos las hemos visto buenas pero hemos salido triunfantes. Estos españoles son unos perros endiablados y, así tengan una gota de sangre miserable en sus venas, luchan como verdaderos demonios rabiosos hasta la muerte. Hemos tenido que pasarlos por la espada pues, los que se libraban de nuestro fuego artillero y caían al mar, tan pronto se acercaban a nuestras naves, intentaban por todos los medios subir a bordo cuchillo en mano y ojos ardiendo en furia. De todas mis andanzas por los siete mares no he visto jamás unos bribones más locos ni temerarios. Lástima que sean españoles, señora, porque bien podrían unirse a la Gloriosa Armada de su majestad, Elizabeth. Si no fueran tan condenadamente fieles a su rey Don Carlos podrían servirnos para tomar algunas posesiones que, a buen seguro, le habrían de gustar majestad. Pero ya conoce ese carácter tan vulgar, visceral e impulsivo de ese Pueblo del que, además, se sienten orgullosos. Debo decirle que nos hemos divertido de lo lindo ensartando a esos animales con el frío, duro y valeroso acero inglés de su Majestad.
En fin, me congratula hacerle saber que navegamos rumbo al puerto de Dover con la carga intacta de los dos cargueros. Las fragatas españolas han sido destruídas. Una lástima pues la llamada Virgen del Mar era un precioso buque que habría tomado para mis próximas hazañas en nombre de la Corona. Como habíamos acordado, mi lady, mis hombres no han hecho prisioneros y hemos tirado a todos los españoles heridos por la borda para que sirvan de pasto a los tiburones. Los hemos tirado vivos, porque como seguramente sabe, al agitarse intentando huir, su sangre mana con más facilidad por las heridas de nuestras espadas y el olor de la sangre resulta verdaderamente excitante para los tiburones.
Debo decirle que la parte del botín que corresponde a su majestad es, en esta ocasión, admirable y que podrá vestir sus palacios con nuevas sedas y tapices de colores brillantes. Las joyas le gustarán aún más. Es un gran día para la Corona y para Inglaterra.
Si los vientos soplan favorables, como hasta ahora, calculo que llegaremos el martes a primera hora y podré llegar el miércoles al Palacio de Buckimgham para tomar el té con su majestad. No veo llegada la hora de reunirme con vos, Elizabeth. Hasta entonces se despide su más ferviente pirata:
Sir Francis Drake
Querida Elizabeth:
No os podéis imaginar lo bien que se nos ha dado el día de hoy. Hemos capturado dos cargueros españoles que venían de las Indias Orientales. Ahora, que ya sabemos por dónde pasan, es un juego de niños. Esperamos que regresen a la vieja Europa, porque siempre vienen cargados con oro, sedas y joyas que traen del nuevo mundo y todo lo que tenemos que hacer es abordar los barcos y tomar el botín.
No todo iba a ser tan fácil y hoy hemos tenido que luchar con dos fragatas que acompañaban a los cargueros. Nos las hemos visto buenas pero hemos salido triunfantes. Estos españoles son unos perros endiablados y, así tengan una gota de sangre miserable en sus venas, luchan como verdaderos demonios rabiosos hasta la muerte. Hemos tenido que pasarlos por la espada pues, los que se libraban de nuestro fuego artillero y caían al mar, tan pronto se acercaban a nuestras naves, intentaban por todos los medios subir a bordo cuchillo en mano y ojos ardiendo en furia. De todas mis andanzas por los siete mares no he visto jamás unos bribones más locos ni temerarios. Lástima que sean españoles, señora, porque bien podrían unirse a la Gloriosa Armada de su majestad, Elizabeth. Si no fueran tan condenadamente fieles a su rey Don Carlos podrían servirnos para tomar algunas posesiones que, a buen seguro, le habrían de gustar majestad. Pero ya conoce ese carácter tan vulgar, visceral e impulsivo de ese Pueblo del que, además, se sienten orgullosos. Debo decirle que nos hemos divertido de lo lindo ensartando a esos animales con el frío, duro y valeroso acero inglés de su Majestad.
En fin, me congratula hacerle saber que navegamos rumbo al puerto de Dover con la carga intacta de los dos cargueros. Las fragatas españolas han sido destruídas. Una lástima pues la llamada Virgen del Mar era un precioso buque que habría tomado para mis próximas hazañas en nombre de la Corona. Como habíamos acordado, mi lady, mis hombres no han hecho prisioneros y hemos tirado a todos los españoles heridos por la borda para que sirvan de pasto a los tiburones. Los hemos tirado vivos, porque como seguramente sabe, al agitarse intentando huir, su sangre mana con más facilidad por las heridas de nuestras espadas y el olor de la sangre resulta verdaderamente excitante para los tiburones.
Debo decirle que la parte del botín que corresponde a su majestad es, en esta ocasión, admirable y que podrá vestir sus palacios con nuevas sedas y tapices de colores brillantes. Las joyas le gustarán aún más. Es un gran día para la Corona y para Inglaterra.
Si los vientos soplan favorables, como hasta ahora, calculo que llegaremos el martes a primera hora y podré llegar el miércoles al Palacio de Buckimgham para tomar el té con su majestad. No veo llegada la hora de reunirme con vos, Elizabeth. Hasta entonces se despide su más ferviente pirata:
Sir Francis Drake
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