Queridos padre y Dita, al otro lado de la postal veréis una foto con tres árboles y una piedra. La piedra es la tumba de una chica llamada Irene, hija del General Geoffrey Homer y de su mujer Dafne. ¿Quiénes eran estos Homer? ¿Por qué vinieron? ¿Qué buscaban aquí? En este pueblo de pescadores nadie lo recuerda ya. Nadie sabe explicar porqué de esto se ha hecho una postal. ¿Quizá vivieron aquí? ¿O solo estaban de paso? He rascado con una navaja la capa de musgo de la piedra y he visto que la chica había muerto de malaria a la edad de veinte años, el verano de 1896. hace cien años. Quizá la misma tarde, seis horas antes de morir, sus padres todavía le mintieron diciéndole que estaba mejorando, y que en dos días más se encontraría bien. ¿Qué debió sentir mientras deliraba a causa de la fiebre, cuando entre un ataque y el siguiente tuvo un momento de lucidez como un ciervo que intercepta la mirada del cazador y de golpe se da cuenta que le está llegando la muerte?
¿Quizá ya no tenían esperanza, ni ellos ni el médico, pero se compadecían de ella y la engañaban diciéndole que la fiebre remitía y que mañana mejoraría? ¿Por ventura, les susurró que basta, que no hicieran más teatro? ¿O se apiadó de ellos y hasta el final les convenció que creía sus mentiras? Mentiras que las lágrimas de su madre contradecían. Y cuando retorcida de dolor a la luz de un quinqué en la tienda murió a las cuatro de la madrugada ¿quién le secó de la frente la última gota de sudor? ¿Quién fue el primero en salir, quién se quedó un poco más con ella en la penumbra de la tienda?
Cuando llegó la mañana siguiente ¿el General Geoffrey se obligó a afeitarse? ¿Y su madre? ¿Alguien le trajo un pañuelo mojado en valeriana? ¿Enterraron la muerta esa misma mañana a causa del calor o esperaron hasta el anochecer? ¿Cómo y hacia donde se fueron de aquí?
¿Inmediatamente? ¿O al día siguiente? Y cuando se hubieron ido ¿Cómo aguantaron el bosque alrededor de la tumba la primera noche?
De esto hace cien años y el dolor ya se ha calmado: ¿o todavía le duele a alguien?
Me pregunto si en este mundo hay aún un viejo peine, una lima de uñas o un broche de esta. Irene. ¿Quizá en algún cajón de un abandonado mueble de nogal o en un húmedo desván en algún paraje de Wiltshire? ¿Quién va a querer conservar sus cosas, si es que queda alguna? ¿Y para qué?
Sólo yo, que no tengo ninguna foto ni sé nada de ella, ayer me entristecí por ella. Durante un momento. Luego se me pasó.
Comí un pescado a la brasa con arroz y me dormí. Hoy estoy bien. No os preocupéis.
¿Quizá ya no tenían esperanza, ni ellos ni el médico, pero se compadecían de ella y la engañaban diciéndole que la fiebre remitía y que mañana mejoraría? ¿Por ventura, les susurró que basta, que no hicieran más teatro? ¿O se apiadó de ellos y hasta el final les convenció que creía sus mentiras? Mentiras que las lágrimas de su madre contradecían. Y cuando retorcida de dolor a la luz de un quinqué en la tienda murió a las cuatro de la madrugada ¿quién le secó de la frente la última gota de sudor? ¿Quién fue el primero en salir, quién se quedó un poco más con ella en la penumbra de la tienda?
Cuando llegó la mañana siguiente ¿el General Geoffrey se obligó a afeitarse? ¿Y su madre? ¿Alguien le trajo un pañuelo mojado en valeriana? ¿Enterraron la muerta esa misma mañana a causa del calor o esperaron hasta el anochecer? ¿Cómo y hacia donde se fueron de aquí?
¿Inmediatamente? ¿O al día siguiente? Y cuando se hubieron ido ¿Cómo aguantaron el bosque alrededor de la tumba la primera noche?
De esto hace cien años y el dolor ya se ha calmado: ¿o todavía le duele a alguien?
Me pregunto si en este mundo hay aún un viejo peine, una lima de uñas o un broche de esta. Irene. ¿Quizá en algún cajón de un abandonado mueble de nogal o en un húmedo desván en algún paraje de Wiltshire? ¿Quién va a querer conservar sus cosas, si es que queda alguna? ¿Y para qué?
Sólo yo, que no tengo ninguna foto ni sé nada de ella, ayer me entristecí por ella. Durante un momento. Luego se me pasó.
Comí un pescado a la brasa con arroz y me dormí. Hoy estoy bien. No os preocupéis.
RICO
El mismo mar, Amos Oz
Original y maravillosa Elizq, una delicia leerte, una delicia escuchar a Alfonso Vilallonga!
ResponderEliminarGracias!
De nada.
ResponderEliminarPienso que si te hablo de una cita, querida Elizq, me repito. Pero estoy decidida a ponerle remedio tan pronto como acabe con el señor Naipaul.
ResponderEliminarEs un placer tu compañía.
Un abrazo.