La caravana avanzaba despacio a través del desierto, era un pequeño grupo de personas pero acarreaban un gran número de cabras y cuatro dromedarios que transportaban los enseres necesarios. Se dirigían a un oasis cercano donde instalarían sus tiendas y permanecerían unos días para reponer el suministro de agua y dar un descanso a los agotados animales y sus cuidadores.
Una vez instalado el campamento, con las tiendas debidamente montadas, los animales acomodados y dados de beber y el trabajo prácticamente hecho, un hombre se alejo del grupo y, sentándose sobre sus piernas con la espalda apoyada en una palmera, cerró los ojos y se dejo embargar por la humedad y la sombra del lugar. Toda su vida había estado ligada al clan, y en él encontró su familia, pasó buenos y felices ratos y se sintió enormemente feliz; no todos los momentos vividos habían sido buenos, por supuesto también ocurrieron desgracias, momentos difíciles, siempre compartidos por todos. Pero con el tiempo las cosas cambiaron, al principio casi imperceptiblemente y desde hacia ya unos años las diferencias eran mayores. Su gente, que él seguía queriendo, no entendía como un hombre de su edad seguía mirando al cielo, contemplando las estrellas y soñar; eso estaba bien en un chiquillo pero un adulto no debía perder el tiempo en esas nimiedades. Como no entendían que pasará horas escribiendo en aquel viejo y arrugado cuaderno, siempre por las noches, quitándose horas de sueño y descanso.
A última hora de la tarde llegó al oasis otra caravana de nómadas, eran sobradamente conocidos ya que solían coincidir regularmente tanto en éste como en otros lugares. Entre ellos se había establecido una buena relación; en el grupo recién llegado viajaba una mujer que nuestro hombre conocía desde hacía tiempo y con la que hablaba habitualmente en cada encuentro; generalmente sólo charlaban sobre cosas generales, el trayecto recorrido en los viajes, las obligaciones del trabajo, anécdotas y hechos que hubieran ocurrido o presenciado…, nunca entraban en temas más personales, aunque en el fondo se había ido formando entre ambos un lazo bastante fuerte, casi podría decirse que no necesitaban hablar para intuir lo que pensaba, lo que sentía el otro.
Aquella noche coincidieron los dos, y tras saludarse cordialmente empezaron a intercambiarse noticias de cada clan. Pero la conversación fue derivando a otros asuntos y tocando, por primera vez, temas más personales. Fueron contándose retazos de su vida personal, recuerdos del pasado, cosas que les llenaban de una u otra manera, en fin, en poco más de una hora supieron uno del otro más que en todo el tiempo que hacía que se conocían. Reconfortados por todo lo que habían intercambiado acerca de sus vidas, y ya conociéndose un poco más, se sentaron en el límite del oasis con el desierto y dirigieron sus miradas a las estrellas.
Todo tiene su momento, las cosas suceden cuando deben suceder.
ResponderEliminarSolo es cuestión de paciencia y una vez se produce el milagro, dejarse llevar, así de simple, solo dejarse llevar. ¿cierto?
Buenas noches Gaviero
Hola Gaviero. Es bello lo que escribes. Leyéndolo me he acordado de una entrevista realizada a un tuareg.
ResponderEliminarTe dejo el enlace:
http://www.absolum.org/ot_tu_reloj_yo_tiempo.htm
Saludos
A veces el que está al lado nuestro y que consideramos un muermo, puede ser capaz de ser la persona más encantadora del mundo.
ResponderEliminarSalu2