lunes, 28 de diciembre de 2009

El informe de Brodeck



¿Quién nos expulsaba, en realidad? ¿Otras personas, o el curso de los acontecimientos? Aunque aún soy joven, cuando pienso en mi vida, me parece una botella en la que han querido meter más de lo que cabía. ¿Es el sino de todo hombre, o acaso he nacido en una época que niega todo límite y baraja las vidas como si fueran las cartas de un gran juego del azar?

Yo no pedía gran cosa. Me habría gustado no salir nunca de aquí. Las montañas, los bosques, los ríos me habrían bastado. Me habría gustado vivir lejos del ruido del mundo; pero a mi alrrededor los pueblos empezaron a matarse unos a otros.
Muchos paises dejaron de existir y ya no son más que un nombre en los libros de Historia. Unos devoraron a los otros, los destrozaron, violaron y ensuciaron. Y lo justo no siempre triunfó sobre lo inocuo.

¿Por qué, como miles de otros seres humanos, tuve que cargar con una cruz que no había elegido, recorrer un calvario que no estaba hecho para mis pies y que no me concernía?
¿Quién decidió hurgar en mi oscura existencia, hacer añicos mi frágil tranquilidad, arrancarme de mi gris anonimato, para lanzarme como a una bola enloquecida en un inmenso juego de petanca? ¿Dios? Entonces, si existe, si existe de verdad, que se esconda. Que se eche las manos a la cabeza y que la agache.
Puede que, como antaño nos enseñaba Peiper, muchos hombres no sean dignos de Él; pero ahora también sé que Él no es digno de la mayoría de nosotros, y que si las criaturas han podido engendrar el horror es únicamente porque el Creador les ha soplado la receta.
El informe de Brodeck, de Philippe Claudel

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