domingo, 27 de diciembre de 2009

Doctor Pasavento



Después, abandoné el lavabo de la libertad y subí al cuarto. Donde escribí una carta que deposité unas horas después (a nombre de Eve) en el pequeño mostrador de la recepción del Suède:

Es posible que ya nadie, a partir de hoy mismo, tenga noticias de mí nunca más. Que nadie crea que he sido abducido por alguna alimaña de un planeta lejano.
Soy yo mismo mi propio secuestrador. Las fatigas, los groseros esfuerzos que se precisan para alcanzar en este mundo honores y fama no están hechos para mí. Quiero esconderme de todo y de todos, no tener que aparecer más en público, no tener que vivir en medio de las desesperantes intrigas del mundo literario. Quiero llevar la vida de un Salinger, por ejemplo, o la de un Thomas Pynchon. O la de un Miquel Bauçà, un escritor oculto en el centro de Barcelona y al que algunos conocen como “el Salinger catalán”. Quiero llevar la vida de todos esos escritores que admiro porque han logrado seguir escribiendo y existiendo sin ser molestados.
Seguiré escribiendo, pero, a diferencia de Salinger, Pynchon y Bauçà, no lo haré para publicar, porque también de publicar me voy a retirar. Trataré de volver a ser aquel joven que escribía sin siquiera pensar en publicar y al que todos dejaban en paz.
Tal vez sea la mejor fórmula para que pueda volver a ser aquel joven, levantado antes de la aurora, en pijama, con los hombros cubiertos por un chal, el cigarrillo entre los dedos, los ojos fijos en la veleta de una chimenea, mirando nacer el día, entregado con implacable regularidad, con una monstruosa y amateur perseverancia, al rito solitario de crear mi propio lenguaje. Eso es lo que trataré de volver a ser. Lo intentaré en un país lejano, fuera de las miradas de todos.
Allí la hora nueva, que diría Rimbaud, será al menos muy severa. Sabré escribir para mis abismos personales. Y a quienes se crucen en mi camino les diré que busco la verdad. Se lo diré como ausentándome, como quien se aleja para poder saludar a la belleza.


Doctor Pasavento, de Enrique Vila-Matas

6 comentarios:

  1. ¿Cómo iba a divertirme la historia del tintero, la historia del fetiche y nuestra cita amorosa en la Costa Azul, si el desenlace de ésta no pudo ser más desgraciado?
    Resucitar un recuerdo como aquel sólo podía reabrir en ella una vieja y dolorosa herida, pues si bien Rosita y yo, a lo largo de los tres días que pasamos en Antibes, fuimos una pareja de enamorada, no menos cierto era que en los últimos momentos de nuestro encuentro todo se estropeó estrepitosamente. Porque cuando ella se disponía ya a subir al tren que habría de devolverla a la niebla milanesa, yo me negué en redondo, entre besos y lágrimas de despedida, en separarme de Carmina en cuanto llegara a Barcelona, lo que llevo a Rosita a la venganza más pura y dura, a una desaparición radical de mi vida, a una desaparición que iba a durar más de cinco años, transcurridos los cuales iba yo a encontrármela casada –su tercera boda- con un farmacéutico con aires de pedigüeño y madre de una niña recién nacida, una pálida criatura que, pasados unos años, llevaría unos horrendos tirabuzones.
    (Extraña forma de vida. Enrique Vila Matas)

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  2. Manel, me encanta el párrafo que has elegido.
    Vila-Matas es uno de mis autores favoritos, pero ese libro no lo he leido todavía.
    Un abrazo y gracias por pasarte por aquí.

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  3. qué bonito, ¿no?
    grácias por pasarte :)
    un beso!
    te sigo ^^

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  4. Este libro está calentando en la banda de mi estantería desde hace meses (no entiendo cómo no ha ardido, a este ritmo..!), esperando su momento...

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