Es tarde, corro pero llego tarde. Hace solo unos segundos que el tren ha partido. Quedo inmóvil, quieta al ver que no hay remedio, entonces me siento en un banco de la estación y me pregunto ¿porqué corro hacia un lugar al que no me apetece en absoluto ir?
Tras formularme a mi misma esta reflexión sonrio, abro el libro que llevo en las manos, respiro hondo, me siento en un banco. Cierro el libro, me levanto, subo las escaleras, continuo sonriendo y me alejo...
Subir a un tren debe de ser siempre motivo de esperanza y alegría; cuando no sucede así, mejor perderlo.
ResponderEliminarDisfruta de tu libro.
Qué lúcida.
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