Después del fin de semana en el puerto descansando, volvemos a iniciar travesía. Partimos apenas pasada la tormenta, bajo un cielo aún gris, en cierta medida opresivo, pero según transcurre la jornada el cielo va abriendo, asoma el sol, primero tímidamente, para enseguida cobrar toda su fuerza y hacernos buscar refugio bajo la toldilla.
Ya al caer la tarde me siento en cubierta y contemplo lo que me rodea, como siempre acabo fijando la mirada en el sol para asistir a su hundimiento en el horizonte del mar, un espectáculo que a pesar de haber contemplado miles de veces siempre me produce una sensación innenarrable.
Y de pronto, desde la cabina, surgen las notas del violonchelo que me llevan a cerrar los ojos y dejarme abrazar por la melodía. Mi mente vaga a miles de kilómetros y vuelo a tu lado.
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