El día no había comenzado bien; se había despertado cansado, y no era precisamente un cansancio físico sino una sensación de hastío, de todo y de nada, realmente no sabría expresar lo que sentía, apatía, desidia, tristeza, soledad... Sea como fuera, era un mal día; ni siquiera el desayuno habitual, que siempre le proporcionaba un placer especial, el zumo de naranja recién exprimido, las rebanadas de pan tostadas con aceite de oliva y su pizca de sal, el café con leche, siempre demasiado fuerte, había logrado arreglarle el ánimo.
Ante esta situación tomó la decisión de no ir a trabajar; salió de casa y en vez de sacar el coche del garaje, comenzó a caminar, Trás cerca de casi una hora andando, llegó a un delicioso paseo arbolado, lo fue recorriendo pausadamente hasta llegar a un gran parque en el que entró. Fue como cambiar de mundo; allí no se oía ningún ruido de la ciudad, estaba casi vacío y tan sólo se percibía el susurro de las hojas de los árboles movidas por el viento y el suave canto de algunos pájaros.
Se sentó en un banco de piedra en una glorieta con una fuente central, lo que añadió el gorgoteo del agua cayendo sobre la pileta central. Cerról os ojos e intentó no pensar en nada. Al principio no lo logró, un sinfín de imágenes, hechos y recuerdos acudieron en tropel a su mente. Reflexionó sobre todos ellos, realmente no existía ningún motivo concreto para estar preocupado, su situación era relativamente buena en todos los aspectos, profesionales, laborales, económicos, hasta incluso familiares y de relaciones sociales. Pero algo le inquietaba, tal vez sentirse fuera de lugar, no ser comprendido, aunque esto tampoco le preocupaba. Poco a poco fue tomando conciencia de que el problema era precisamente esa situación, el haberse quedado en un estado de aparente plenitud, en ver que todo o que le rodeaba era en definitiva vano y superfluo para él.
Y ahora, en su madurez, se dió cuenta de que, a pesar de todos, no necesitaba ya nada más. Qué le importaba aparentar y presumir de su situación, el acdir a reuniones de todo tipo que no significaban nada. Únicamente quería vivir, sentir las cosas pequeñas en las que reside la tranquilidad, el disfrutar de los paseos, del sol que en esos momentos le besaba la cara, de los sueños que siempre acarició.
Al poco tiempo lo consiguió, no pensaba en nada, simplemente vivía.
Gaviero, por unos momentos me he sentido partícipe de ese silencio y esa paz, y me he visto en un lugar que adora, es una via romana, tiene un camino estrecho y un poco dificl, pero en mitad de ese camino, cuando ya estás bastante agotada de caminar, llegas a una fuente, unos bancos...te sientas ahí y levantas la vista al cielo, y bueno...es mágico.
ResponderEliminarUn abrazo