jueves, 18 de diciembre de 2008

Para Bea, al otro lado del mundo

[por Desierto]

Hola, pequeña.
Últimamente las cosas en este agujero nuestro parece que empiezan a destilar ese ligero olor cambio. Puede que sea la nieve, que como llegada desde tiempos mejores lo ha cubierto todo con un manto blanco, brillante y rotundo. Una nevada que a pesar de los avatares no ha podido dejar de plasmarme una sonrisa casi involuntaria en los labios. Me ha recordado que esos copos que han aplastado nuestra ciudad con la desidia y la modorra, las clases cerradas, los coches en las cunetas y las urgencias vacías de chismes y bobadas, esos mismos copos que acarician mi cara y me despiertan y me reconcilian, es muy posible que vengan viajando desde lejos, desde otras costas también besadas por la nieve amable, de algún lugar donde amigos nuevos juegan a viejos pasatiempos.
A veces me siento cansado. A veces creo que voy a quedarme aquí, solo de puro viejo mirando los días pasar y tengo ese impulso suicida de pisar el freno. Se cuelan en mi cabeza, parásitos y descarados, recuerdos de tiempos parecidos en los que mi corazón parecía bailar una danza bárbara al borde mismo del abismo.
Recuerdo aquellos tiempos y me reconozco. Entonces no me creía feliz. Tampoco así me siento ahora; estoy demasiado inquieto y demasiado alucinado con la velocidad del huracán, pero aunque ésa sea la misma sensación que me atenaza el estómago, si miro hacia atrás y me veo desde estos ojos de hoy recuerdo aquellos tiempos siempre, invariablemente, con una sonrisa en los labios, y me viene a la cabeza esa frase del genial Neruda: confieso que he vivido.
Y entonces no puedo evitar pensar que quizá sea esto aquello para lo que un día nací, pensar que dentro de unos meses, de un año, recordaré estos días con la plenitud del buen caldo exprimido hasta la última gota y entonces, por fin, sienta que ya no importa si estoy aquí o allá, que ya no importa si sigo soñando con ella o no, que ya no importa casi nada que no sea seguir reconociendo cada esquirla de cristal de vida.
No lo sé, supongo que será esta ambivalencia lo que me da energías para enfrentarme a los días tras días con las mismas ganas y el mismo escaso, parco, turbado y a todas luces insuficiente sueño.
Como comprenderás, he tenido que pensar en ti y en esa búsqueda incansable de tu lugar en el mundo con la que llevas pelando tanto tiempo. Si todos somos tan diferentes, ¿por qué estas mismas ausencias? ¿Por qué estas mismas angustias? ¿Por qué este mismo vagar sin casa y sin rumbo?
No te alarmes, pequeña, a pesar de que cuando me pongo tonto sueno un poco más melodramático de lo que pretendo, en el fondo lo único que quería decirte es que aquí, las cosas, están cambiando.
O no del todo, en realidad, pero que al menos se respira el germen, la predisposición hacia algo nuevo, el frío que anuncia que tarde o temprano llegará la próxima estación.
Things have changed, canta Dylan en este momento. Y eso es simplemente bueno.

Un beso.

3 comentarios:

  1. ¡Bravo! Se me queda una extraña lágrima en el lacrimal que no sabe si brotar o no. Agridulce sabor de boca me deja esta carta, pero la satisfacción innegable de haber leído algo fantástico.

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  2. Buena reflexión: si todos somos tan diferentes... Todos somos muy diferentes, pero en esencia somos muy parecidos.

    Como reza la cita: Lo único fijo es el cambio.

    Un abrazo.

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  3. Gracias a los dos chicos, es lo malo de tener a una amiga en la Gran Manzana: ¡¡que me corroe la envidia y la nostalgia!!

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