
Arwen Keeling
Nadie te manda cartas ahora
debajo del faro en el atardecer
Los labios partidos por el viento
Hacia el Este hacen la revolución
Un gato duerme en tus brazos
A veces eres inmensamente feliz
Colección de cartas reales y ficticias para disfrutar del simple placer de leer y escribir.
Estoy hojeando las anotaciones antiguas de este cuaderno de bitácora, me fijo en una, hace casi dos años, me encontraba en las cálidas aguas mediterráneas del Argasarónico. Ese recuerdo me hace esbozar una sonrisa al compararlo con mi situación actual. Llevo ya una temporada inmovilizado en éste frío puerto de la Bahía de Korfa, en Kamchatka. Tuve que buscar refugio ante el mal tiempo imperante, propio de estas fechas pero que me sorprendió por una serie de circunstancias que retrasaron mi viaje. Llegaron las primeras tormentas y nieves, y no tuve más remedio que fondear al abrigo estas costas.
El resplandor de la estufa de leña ilumina el oscuro camarote inferior esta mañana, la niebla envuelve el barco como si estuviera dentro de una nube de algodón y se escucha el ruido de los copos de nieve cayendo sobre la cubierta. Una humeante taza de te, que me acabo de preparar en el viejo samovar ruso que compré en el mercado del puerto, calienta mis mano y, en estos momentos añoro a la mujer que, a miles de millas de aquí, a la orilla de otro mar mucho con una temperatura bien diferente a estos fríos que se cuelan hasta el fondo de los huesos, estoy seguro que también piensa en mi. Me gustaría que compartiera mis largas noches, en las que apenas logró dormir, que me arropara con la tibieza de su cuerpo; pero la realidad se impone, sigo atrapado aquí, y se aproximan los rigores del invierno, lo que me mantendrá sin posibilidad de navegar hasta que no mejoren las condiciones climatológicas. Es lo que hay, y no queda otro remedio que aceptarlo, pero me consuela saber que ella sigue conmigo.
Hoy tengo previsto, si llego a contar con fuerzas para ello, bajar a tierra para llegar hasta el almacén y reponer provisiones para lo que queda de mes, y aprovecharé para disfrutar del insólito espectáculo que se produce al contemplar sobre las montañas cubiertas por la capa de hielo, las anaranjadas llamas que surgen de los volcanes en baja erupción. Por supuesto haré la perceptiva anotación en el cuaderno.
Nota: acompaño, pegada junto a la anotación de hoy, una fotografía del barco tomada ayer.
Me gusta salir a la calle muy temprano, a esa hora en que todo está empezando y al respirar noto que el aire que empapa mi interior sabe a nuevo, entorno los ojos y miro en una dirección algo lejana, mientras lo hago me ilusiono imaginando que soy yo quien estrena el día , su sonido y también su color
Abro los ojos y camino despacio, oigo algo lejos el ruido de escobas y una conversación que mantienen dos barrenderos aunque no se escucha lo suficientemente clara para saber de qué hablan, sigo andando hasta cruzar la vía del tren, porque en ese lugar no hay paso subterráneo, en la estación se oye constantemente una voz impersonal y mecánica por megafonía que avisa del peligro de cruzar cuando está la barrera bajada y la luz roja , llego hasta la orilla del mar que está muy cerca, siempre hay las mismas barcas, son de madera pintadas de blanco y en la parte de arriba llevan una franja cada una de un color distinto y dentro de la misma franja escrito en color negro llevan anotado el nombre y número de matrícula. Me encanta los nombres que le ponen a las barcas, además de alguna de ellas conozco el por qué de esos nombres, son historias antiguas y bonitas.
Todavía es temprano y las farolas del paseo siguen encendidas, también las luces de algunas ventanas, miro hacia ellas pero no veo nada del interior pues las cortinas me lo impiden aunque imagino que tras esas ventanas hay gente que se están levantando preparándose para la jornada que empieza, pero también debe haber algunos que es su hora de irse a dormir, quizá se trate de personas enfermas o padezcan insomnio.
Sigo caminando hasta llegar al faro, me entretengo unos minutos y doy media vuelta. El mismo camino que me ha llevado hasta ahí también me llevará de vuelta a casa, antes pasaré por la panadería, meto las manos en los bolsillos y jugueteo con las llaves, es una costumbre, las toco, las cuento, paso los dedos por el perfil de cada una de ellas, llevo cuatro llaves, la de casa, la del garaje, la del coche y la del despacho, todas juntas en el llavero que un día tú me regalaste. Toco el llavero y tú en mi mente.Camino de vuelta a casa y tu en mi mente. Tú siempre, como cada día, como cada hora. Tú