Cuando llegó ya había anochecido. Se detuvo para mirar hacia arriba, a la ventana de mi habitación. Aún hacía calor.
Le miré. Vi su sonrisa tímida, discreta y suave, igual que siempre. Me gustaba. Lo reconozco. Me sigue gustando mucho, creo que me gustará mientras viva.
Le abrí la puerta desde arriba. Entró en silencio. Por la manera de moverse le noté agitado, como si estuviera intranquilo por algo. Algo importante dedije¿Por qué sacudes la cabeza? Le pregunté.
Porque voy a confesarte algo importante. Respondió.Y era cierto. Ya lo creo que sí. Me dijo que había decidido entrar en mi vida y ya no queria salir nunca más de ella.
Le miré incredula ¿El qué? ¡Mírame! ¿ Qué dices que quieres?
Si me voy -me dijo mirándome a los ojos- ¿ cómo voy a dormir si ti?
¿ Y yo sin ti? Respondí sin darme cuenta, como si hablara para mi. ¿Qué hago yo sin ti?
Me acercó hacia el y me acurrucó a su lado. Un leve soplo de felicidad nos cubrió y el magnetismo del amor hizo el milagro, desde ese momento desapareció el descontento. Ahora dedicamos nuestra vida a vivirla el uno para el otro, a merced de una exaltación agradable y perpétua. Que se
mueve como una marea oscilante que va y viene, pero que nunca nos abandona ni aleja.Y a reir, reir con una risa clara, casi transparente. Esa poca cosa. Nada más necesitamos. No sabemos si será eterno, porque nada lo es. Tampoco nos lo preguntamos. Pero nuestra historia avanza capítulo a capítulo, podemos intentar virvir la felicidad que todo esto nos proporciona o huir de ella. Todo dependerá de nuestra resistencia. Yo apuesto por ella.Por nosotros.
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