El viento soplaba con fuerza y me
despeinaba, a lo lejos podía ver cómo
la base del faro se agitaba con fuerza.
Era muy temprano y todavía faltaba mas de una hora para nuestra cita, mientras tanto fui bordeando la orilla del mar hasta
encontrar una roca en
la que resguardarme.
El cielo aparecía azul brillante y proyectaba
sobre el agua un resplandor plateado.Alguna nube superpuesta que estaba de paso producía un cambio de color momentáneo, pero al cabo de unos segundos volvía a aparecer el torbellino de ondas luminosas.
De tanto en tanto la brisa, descargaba sobre mi cuerpo recurrentes escalofríos fragmentados ,que se completaban cuando minúsculas gotas brillantes humedecían el rostro.
Recostada con las piernas muy juntas y los pies descalzos hundidos en la arena hasta notar que la humedad calaba. Los codos sobre la falda y la palma de las manos
apoyadas en las mejillas, de vez en cuando bajaba una de ellas y con el dedo índice dibujaba círculos y corazones, también letras que pronunciaban tu nombre.
No sabría precisar el tiempo que permanecí
así plantada, escuchando el sonido de las olas impetuosas y desafiantes que rompían contra borde.
Todo estuvo muy claro.Tanto que probablemente nunca olvidaré el momento de este paisaje de brillo distante cuando en ese momento escuché a mi espalda unos pasos conocidos que me invitaban a levantarme y salir a su encuentro.
Pintura de Graham Reynolds
Los pasos del amor se escuchan acercarse cuando uno deja de ser un corazón cerrado. Hermoso relato, te los que a mi ánimo viene de maravilla leer.
ResponderEliminarBesos.
Bonita mañana, sí señor.
ResponderEliminarSalu2, Mádison.
Me gustan esas citas en las que recuerdo todos los intantes previos mucho mejor que los posteriores. Me ayudan a esbozar una sonrisa sincera.
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