viernes, 16 de marzo de 2018

Nada cambia


 Creo que hay cosas que por mucho que uno quiera no cambian, conceptos que son inamovibles, y sentimientos que no son negociables.
Pongamos por caso la imagen del padre, de la madre. Cuesta verlos como personas distintas a esa faceta, es decir, tal parece que nunca han sido niños pequeños o jovenes alocados y divertidos. No. Los padres son ese ser que siempre perdona, que jamás falla, nunca decae ni tampoco se deprime y es valiente y nos quita el miedo, nos arropa, etc, etc
A mi entender, los hijos pasamos por tres etapas. La primera que es cuando somos niños adoramos a nuestros padres, son el referente a todo, la segunda es más chunga, la adolescencia es así, todo lo que hay fuera de tu casa es mucho mejor, los padres de tus amigos son mucho más perfectos y tolerantes, y luego está la tercera etapa, un día te ves haciendo un gesto y de repente revives la imagen de tu madre o tu padre, haciendo aquello que a ti tanta rabia te daba,y que un día juraste que tú, jamás lo harías, eso se ve cuando eres adulto, y posiblemente ya tienes tus propios hijos, entonces caes en la cuenta de todo lo que los tuyos hicieron por ti, sacrificios sin límites para que tú tuvieras mejor vida que ellos, más preparación, más estudios, etc
Por eso, nunca, jamás bajo ningún concepto deberíamos avergonzarnos de nuestros padres. Y nuestros hijos tampoco deben avergonzarse de nosotros.
Esta imagen que hace mucho que la guardo, siempre me recuerda a mis padres, porque cuando voy a visitarlos los encuentro en esa misma postura, y me encanta, y me emociona y me enternece.
Escenas así, hace que uno crea en la vida, en la familia, en el amor, tres pilares que son el motor de todos nosotros para poder seguir avanzando en este mundo tan cruel e insolidario que nos ha tocado vivir.
No sé, hoy estoy reflexiva, demasiado reflexiva creo yo, será la primavera o quizá otra cosa más profunda que guardo en mi interior, no sé..

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