En aquel tiempo yo tenía
veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros
románticos.
Y el sueño vivía en el vacío
de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del
trópico.
Y a veces me volvía dentro
de mí
y visitaba el sueño: estatua
eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco
retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro
sueño.
Y la pesadilla me decía:
crecerás.
Dejarás atrás las imágenes
del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer
hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los
perros románticos
y aquí me voy a quedar
El abono de una vida son los sueños, sin ellos no viviríamos, sencillamente transitariamos por un agreste y gris cmino que no conduce a ninguna parte.
ResponderEliminarBesos soñadores.