Había perdido la costumbre de escribir a máquina y, al no poder utilizar la
mano derecha, lo hacía aún con mayor torpeza. Tenía que ir buscando con el dedo
índice letra por letra:
Sin ti no puedo vivir. No es por la ropa limpia; la lavo, la seco y la
doblo. Tampoco es por la comida; voy a la compra y cocino. Limpio la casa y
riego el jardín.
Sin ti no puedo vivir porque sin ti no hay nada. Todo lo que he hecho en mi
vida he podido hacerlo porque te tenía a ti. Si no te hubiera tenido, no habría
logrado nada.
Y desde que no te tengo conmigo, me he ido degradando hasta lo más profundo.
Afortunadamente he tenido un accidente y he entrado en razón.
Siento muchísimo no haberte dicho nada sobre mi situación, haber planificado
yo solo cómo poner fin a mi vida y haber
querido decidir solo cuándo no podía resistir más.
Ya sabes cuál es el cofre que heredé de mi padre. Voy a meter el frasco en
ese cofre y a meterlo en el frigorífico. La llave va con esta carta, de modo
que sin ti no podré decidir nada. Cuando las cosas ya no sean soportables,
tomaremos la decisión juntos. Te quiero.
Metió el frasco en el cofre y lo cerró con llave; lo puso en el frigorífico,
introdujo la llave en el sobre y le puso la dirección del piso en el que ambos
vivían en la ciudad. Esperó a que pasase el cartero y le entregó el sobre.
Mentiras de verano, de Bernhard Schlink
Mádison:
ResponderEliminarParece interesante...
Salu2.
Sí, interesante.
ResponderEliminarEl lector me espera en la estantería desde hace años. Espero decidirme cualquier día...
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