¿Cuánto hacía que no te miraba dormir? ¿Cuánto hacía que no me regalabas ese espectáculo? (Recién, una gota de agua-acabo de bañarme, son las doce y cuarto, estoy llegando tarde, llevás treinta horas durmiendo sin parar- resbaló por mi brazo, quedó suspendida del codo, como dudando, y cayó y explotó en tu mejilla, dos milímetros por arriba de la marca que te dejó la sábana, y después se dividió en un ramo de gotitas menores, y una bajó por la piel de tu cara enorme, siguiendo el declive de la mejilla, y desapareció en la esquina de tu boca. Ahí se asomó tu lengua, como un animal que sale de su cueva, pero ya era tarde: no quedaba nada para beber) Como ves, me sigue gustando escribir. Y los paréntesis. No lo puedo remediar. No hay remedio, Rímini. No tenemos remedio. Ese podría ser nuestro lema. Yo sigo metiendo frases, y vos seguís…¿Es demasiado pronto? Vas a decir que sí (pero no decís nada, estás mudo, y yo puedo hablarte horas y horas, como si fuera una hipnotizadora, y lavarte el cerebro, y cuando despertaras no te acordarías de nada). Pero yo, Rímini, yo sigo viendo. Y lo que ahora veo (lo poco que vas a saber por ahora de todo lo que veo al mirarte dormir) es que, aunque hace años que dormís sin mí, lejos de mí, contra mí, seguís durmiendo con los brazos aplastados bajo la almohada (quisiera poder ver tu cara de espanto cuando te despiertes y no los sientas y creas por un segundo que ya no los tenés, que alguien- yo, por supuesto, la mujer monstruo, la mujer-cuchilla- te los arrancó mientras dormías, pero no. Error: yo, si quisiera tus brazos, Rímini, yo te los petrificaría), seguís durmiendo con medias, seguís frotándote un pie con el otro mientras dormís, seguís mojando la funda de la almohada con saliva, seguís hablando en sueños (a propósito, ¿sabías que en sueños hablas un francés falso y perfecto?, seguís moviéndote demasiado y llevándote las sábanas para tu lado (nada que con un poco de trabajo no podamos arreglar), seguís tapándote los ojos con el antebrazo, como si algo terrible te afligiera o te encandilara el sol, seguís sentándote en la cama en medio de la noche, completamente dormido pero con los ojos abiertos, alarmado, como me contaste que hacías de chico (pero ya estás mayor, ya no te levantás a recorrer la casa: ahora mirás fijo dos puntos en la oscuridad, el ventilador de techo, digamos, y mi rodilla, que, con los pliegues que dibuja en la sábana, parece de piedra, y después de ir de uno al otro varias veces, cuando ya agotaste el terror que te sobresaltó, volvés a recostarte de un solo moviemiento, como se vuelcan, apretando un botón, los respaldos de las camas articuladas, y es como si no hubiera pasado nada). La lección de anatomía. Seguís temblando, Rímini Mi pobrecito Rímini. Mi náufrago. Pero ya está, ya pasó, ya estás en casa. Hablé con el abogado: le entregaron el cuadro y la mujer retiró la denuncia. Hubo que darle unos pesos, también. Mi abogado se resistía. No te quiere. (Creo incluso que piensa que papá murió por tu culpa) Me dijo que nunca en su vida había visto una mujer ten vulgar. ¿Tan bajo caíste? Sabía que sin mí estabas perdido, pero ¿tanto? (Una cincuentona teñida y llena de oro- sí, hablo de oídas: no tuve el gusto-, un …¿cómo se llama? ¿Personal trainer? Hablo del que me llamó por teléfono para avisarme. Y vos…Verte saliendo de la comisaría con esas zapatillas…No me hubiera sorprendido que te volvieras alcohólico, o cocainómano o puto. Pero ¿caer en el deporte?) Podría haberte dejado preso, ¿sabés? No creas que no se me ocurrió. Pero no por venganza (me hiciste mal, te hice mal: nos hicimos la misma cantidad de mal, como pasa sólo entre dos personas que no tienen remedio). Fue por amor. Me imaginé visitándote en la cárcel, llevándote cosas, como en las películas. Como si estuvieras preso por mí. Un crimen pasional. Como si hubieras matado a mi amante, al marido que me pegaba, al patrón que me violó. Yo sé que robaste el Riltse por mí. (No son cosas que se le puedan explicar a un abogado.) Te lo digo así, ahora, mientras estás dormido, porque despierto sé que nunca te vas a atrever a admitirlo. (¡ué de hombres es guardar secretos¡) Y también se me ocurrió (dirás que estoy loca) ir a juicio. Agarrar a esa yegua y demandarla. Porque lo que hiciste no fue un robo: fue una expropiación, un acto de justicia. Robar robó ella. Roban los que compran Riltses. No importan quienes sean. Riltse es nuestro. Estuve buscando el cuadro en los libros; no lo encontré. Después, estúpida, me di cuenta de que los libros llegan hasta 1976 , hasta donde llegó nuestra juventud, y que no tengo nada que vaya más allá. Y ahora te miro dormido, por primera vez me impresiona ver lo igual que estás. No, ya sé que no es algo nuevo. Siempre fuiste Dorian Grey. Pero cuando estábamos juntos yo no lo podía entender. Nos amábamos = éramos iguales = no envejecíamos. Ninguno de los dos. (Pero mi padre murió, murió con esa sonrisa en la cara, la sonrisa que vos le dejaste antes de huir, y a la mañana siguiente ya tenía el pelo gris.) Ahora vos sos Dorian Grey y yo el retrato. ¿Querías que cambiáramos? ¿Pedías eso: un amor maleable, que supiera pasar a otro estado? Ya está. “Podría ser tu madre”. Perdóname tuve que atender. Era Víctor desde el hospital. Le conté. Le dije: “A que no sabes a quien tengo durmiendo en mi cama.” ¿Te creés que se sorprendió? Nadie se sorprende. (Venimos de tan lejos, Rímini. Tenemos millones de años. El nuestro es un amor geológico. Las separaciones, los encuentros, las peleas, todo lo que pasa y lo que se ve, lo que tiene fecha, 1976, todo eso tiene tanto sentido como una baldosa quebrada comparada con el temblor que lleva milenios haciendo vibrar el centro de la tierra) Se muere. Creo que alguien le sostenía el teléfono para que hablara. El también te extrañó. Me preguntó si íbamos a hacer una fiesta. Le dije que no. Le dije se pusiera bien para la inauguración del Adela H. Tengo que irme. Las mujeres me van a matar. Hay café en la cocina, hay pan, hay toallas limpias en el baño. Te dejo acá la caja con las fotos. Está intacta, esperándote desde hace años. No, no tuve tiempo de hacer otro juego de llaves. (Ahora que lo pienso, no sé si quiero que tengas un juego de llaves.) ¿Estás acá? ¿Sos vos, realmente, el que protesta en sueños en esa cama? Adiós, mi bello durmiente. Adiós, mi prisionero.
El pasado, de Alan Pauls
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