Visto que las cosas no iban todo lo bien que yo necesitaba, al día siguiente, lo primero que hice fue convocarme a mi misma una asamblea extraordinaria personal, secreta e intransferible, debía tomar una decisión de emergencia, había que capturar esta sensación por sorpresa, no confié a nadie mi idea pues se necesita una buena dosis de osadía y ser valiente para llevar a cabo tal misión.
Urge acorralar a la vieja costumbre del pensar más de la cuenta, hay que expulsar ideas envenenadas, así que cerqué la zona del alma dañada y neutralicé la que yo consideré aún sana, seguí andando durante un buen rato por las inmediaciones cercanas hasta que llegué al pie del faro, allí descubrí una entrada imaginaria que daba, o eso creí entrever, a un mundo mejor, la puerta se hallaba disimulada con olas blancas que rompían con ímpetu como avisando de lo que estaba por llegar, andé y andé durante un tiempo indeterminado hasta quedar agotada, me movía con dificultad, entonces tomé asiento en un rincón, medité. Supe que había llegado la hora, que ya podría salir airosa del atolladero en el que vivía y esta vez levanté la vista para mostrar mi decisión en señal resolutiva, ya no me asustaba nadie, todos aquellos que me prejuzgaban me inspiraban más bien lástima, un líquido salado resbalaba por mi cara hasta rozar la boca, me armé de valentía, la mirada la proyecté hacia el infinito y chillé fuerte, muy fuerte mientras corría alejándome de lo incierto, sintiendo una alegría extraña y renovada al comprobar que estaba viva, viva por dentro, claro. Que nunca había dejado de estarlo y eso me bastaba para seguir adelante.
Así fue como me convertí muy a pesar de unos y alegría de otros en habitante del mundo, un mundo en que sus habitantes me acogían con agrado por ser yo misma y podíamos convivir perfectamente compartiendo una vida normal e imperfecta, pero a ser posible sin imposturas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario