martes, 15 de septiembre de 2009

Me llamo Rojo














No me contestó. Leía una carta completamente absorto. Le dejé que la leyera. Como estaba detrás de la lámpara no podía verle la cara. Cuando la terminó comenzó a leerla otra vez.
-¿Y?- le dije-. ¿Qué ha escrito?
Hasan leyó:

Estimada señora Seküre:
Yo, que también he vivido durante años con el recuerdo de una única persona, comprendo respetuosamente que esperes a tu marido y que no pienses en nadie más. Qué otra cosa se podría aguardar de una mujer como tú sino honestidad y castidad. Pero el hecho de que fuera a ver a tu padre se debía a algo relacionado con la pintura y no a la intención de molestarte. Eso ni se me pasaría por la cabeza. Tampoco se me ocurriría sugerir que he recibido una señal tuya ni que me hayas dado esperanzas. Cuando se me apareció tu rostro en la ventana como un rayo de luz, sólo pensé que era una gracia que Dios me concedía. Porque la felicidad de poder ver tu rostro en la ventana me basta –“Esto se lo he plagiado a Nizami”, interrumpió airado- . Pero ya que me dices que no me acerque a ti, respóndeme, ¿eres un ángel para que acercarse a ti sea tan terrible?. Escúchame, escúchame: cuando a medianoche contemplaba la luz de la luna que se reflejaba en montañas peladas por las ventanas de caravasares solitarios y malditos regidos por posaderos desesperados donde solo se hospedaban bandoleros que huían del cadalso e intentaba dormir escuchando los aullidos de lobos aún más desdichados y solos que yo, pensaba que un día te vería de repente tal y como te he visto en esa ventana. Escucha: ahora que vuelvo a casa de tu padre a causa de un libro, me devuelves la pintura que te hice de niño. Es una señal de que he vuelto a encontrarte y no de que nuestro amor ha muerto. He visto a uno de tus hijos, a Orhan. Pobre huérfano. ¡Yo seré su padre¡.

Me llamo rojo, de Orhan Pamuk


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