sábado, 17 de noviembre de 2018

Desde mi mesa en la terraza , puedo verle caminando a través de los árboles y entre los arbustos del jardín. Se mueve lento y se quita sus oscuras gafas de sol para mirar hacia donde yo estoy. Su pelo ahora es blanco, muy bien cortado. Lo curioso es que me parecía que lo llevaba mucho más largo. Bah, que cosas se me vienen a la cabeza. Los ojos son sin duda  los más expresivos que he visto nunca, pero lo que más me seduce es su estilo y forma de hacer las cosas. Hubo un tiempo en que nos evitábamos. Somo como polos opuestos, decía él. Hace una vida que nos tratamos y todavía conservamos la misma curiosidad, idéntica adicción y nos miramos viéndonos con el mismo aspecto de siempre.
De tanto en tanto dirige la mirada hacia la mesa que yo me encuentro y me saluda
He elegido una buena posición, bajo la sombra de la acacia, con una magnífica vista a través de las ramas por las que se filtraba el sol de tarde. Es el mes de noviembre. El comienzo del invierno.Lejos del sol cálido y brillante de hace unos días, ahora el aire se nota húmedo y gélido.
¡Qué bien te veo!, me dice cuando se acerca y me abraza y yo sin pronunciar palabra contemplo el placer en su rostro radiante
 Apenas hacía dos días que había viajado desde lejos para encontrarse conmigo. Pasa que sigues siendo mi otra mitad. Murmura.
Así que has vuelto, le digo cuando se sienta y prueba el café. Él asiente con la cabeza, aunque por su expresión parece decir que sí ha vuelto, pero no está completamente seguro de que sea algo permanente.
Una gran decisión. Digo.
Han pasado años desde que sucedió, pero para mi sigue siendo ahora, dice. Un buen número de años, respondo. Quizá demasiados para una respuesta precisa, pero es un comienzo.
Treinta años, digo. Supongo que treinta años desde tu decisión de independencia son lis suficientes. Él, ambos recordamos la última noche, la celebración, la canción, el baile y la música, incluso la ropa. Y la lluvia, los charcos. La independencia. Qué palabra más elegante. Algo se revuelve en lo más remoto  de nuestra memoria, algo feliz a la vez que melancólico y crudo. Yo no esperaba tal actitud, no después de tanto tiempo, pero me siento feliz. No me pidas que te explique. No sugieras. Tampoco preguntes. Sólo seamos.
 Porque ¿Quién puede explicar la felicidad de este primer día de libertad? ¡quererse, hablar, respirar, entrar y salir sin temer nada, libres de cualquier duda! Esa es la cosa.

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