Querida María:
Hoy que está el día gris y lluvioso he recordado aquel otoño de hace unos años cuando disfrutamos juntos del barrio de Malá Strana. Estuvimos toda la tarde recorriendo sus calles, visitamos las torres del castillo y las iglesias y ya a media tarde, realmente cansados, nos sentamos en un café desde donde se veía una espectacular vista de la ciudad de Praga.
El ambiente del café era tremendamente agradable, mesas no demasiado juntas, velas y ramilletes de flores encima de ellas, y completándolo todo, un cuarteto de jazz tocando en directo. Quedamos arrobados por la sensación de sosiego y tranquilidad que se respiraba, así que fue pasando la tarde, apenas sin hablar, y sin sentir.
Cuando nos dimos cuenta estaba anocheciéndo y salimos del local; seguimos descendiendo hasta el puente de Carlos y tras cruzarlo, deteniéndonos para deleitarnos con las caudalosas aguas del Moldava, llegamos a la ciudad medieval. Allí, salió la figura de Kafka en nuestra conversación y, como estábamos relativamente cerca, te llevé al café Montmartre, el lugar donde acudía el autor y otros personajes de la cultura y la política.
Fue una tarde para no olvidar y ahora, que nos hemos perdido la pista, he recordado ese día y sentido nostalgia.
Hoy que está el día gris y lluvioso he recordado aquel otoño de hace unos años cuando disfrutamos juntos del barrio de Malá Strana. Estuvimos toda la tarde recorriendo sus calles, visitamos las torres del castillo y las iglesias y ya a media tarde, realmente cansados, nos sentamos en un café desde donde se veía una espectacular vista de la ciudad de Praga.
El ambiente del café era tremendamente agradable, mesas no demasiado juntas, velas y ramilletes de flores encima de ellas, y completándolo todo, un cuarteto de jazz tocando en directo. Quedamos arrobados por la sensación de sosiego y tranquilidad que se respiraba, así que fue pasando la tarde, apenas sin hablar, y sin sentir.
Cuando nos dimos cuenta estaba anocheciéndo y salimos del local; seguimos descendiendo hasta el puente de Carlos y tras cruzarlo, deteniéndonos para deleitarnos con las caudalosas aguas del Moldava, llegamos a la ciudad medieval. Allí, salió la figura de Kafka en nuestra conversación y, como estábamos relativamente cerca, te llevé al café Montmartre, el lugar donde acudía el autor y otros personajes de la cultura y la política.
Fue una tarde para no olvidar y ahora, que nos hemos perdido la pista, he recordado ese día y sentido nostalgia.
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