Alargaba sus brazos hasta mí, y sonriendo me decía, ven aquí, anda. Yo me acercaba y él me acariciaba el cabello, me lo apartaba y me besaba el cuello, luego la nuca.
Entonces me cogía entre sus brazos abrazándome despacio y caíamos rodando por la hierba. Yo clavaba la mirada en el cielo, así permanecía largo rato, hasta qué él, me preguntaba preocupado, qué me sucedía.
Tranquilo, amor, que todo esta bien, respondía yo.
Solo de vez en cuando pasaba alguna nube entorpeciendo la alegría que nos producía de la despreocupación momentánea
Dentro de nosotros se acumulaban obstáculos, pero también mucho amor y eso nos proporcionaba la valentía suficiente para combatir lo que fuera que se pusiera en nuestro camino.
Nos entendíamos con el idioma del cuerpo y las palabras del tacto.
Eso es lo que con el paso de los años se recuerda más: los momentos de amor y de inocencia, de paz como habitar un buen sueño.
ResponderEliminarBesos.
"Nos entendíamos con el idioma del cuerpo y las palabras del tacto"
ResponderEliminarEse final dice tanto en una sola frase, María!
Qué difícil resumir un amor de toda una vida y qué fácil resulta entenderlo en esa frase.
Me ha encantado.
Un saludo
Rosa