Mi querida Stella:
Siempre he considerado esta obra como mi mejor libro…, al menos como mi mejor libro del período de la preguerra; y desde que la escribí hasta la aparición de mi novela siguiente debieron transcurrir casi diez años, de manera que todo lo que haya podido hacer desde entonces hay que considerarlo obra de un hombre diferente …obra de tu hombre. Porque no cabe duda de que, sin el incentivo para vivir que tú me ofreciste, difícilmente habría sobrevivido los años de la guerra, y aún cabe menos duda de que sin tu acicate para que volviera a escribir nunca lo habría hecho. Y sucede que, por una extraña casualidad, “El buen soldado” es casi el único de mis libros que no está dedicado a nadie: el destino debió de elegir que tuviera que esperar los diez años que ha esperado… para esta dedicatoria.
Lo que ahora soy te lo debo a ti: lo que era cuando escribí El Buen Soldado se lo debía a determinada concatenación de circunstancias de una vida bastante desprovista de objetivos y bastante caprichosa. Hasta que me puse a escribir este libro (el 17 de diciembre de 1913) nunca había tratado de ir a galope tendido, por usar una frase relacionada con la preparación de los caballos de carreras. En parte porque siempre había mantenido la idea de que- fuera cual fuese el caso de otros escritores- yo por lo menos no sería capaz de escribir, antes de llegar a los cuarenta, una novela que estuviera en condiciones de defender; en parte porque de manera muy precisa no deseaba compartir con otros autores cuyos derechos o cuya necesidad de prestigio y de lo que ese prestigio lleva consigo eran superiores a los míos. Nunca había tratado realmente de poner en ninguna de mis novelas todo lo que sabía acerca del arte de escribir. Había dado a luz de manera bastante inconexa cierto número de libros,( muchos), pero o pertenecían al género de los pastiches, y eran por tanto composiciones bastante preciosistas, o se trataba de tours de force. Pero siempre me ha obsesionado escribir…, la manera en que debe escribirse; ya incluso entonces por entonces, en parte solo y en parte en compañía de Conrad, había hecho exhaustivos sobre cómo manejar las palabras y sobre cómo construir novelas.
De manera que el día que cumplí los cuarenta me dispuse a demostrar lo que era capaz de hacer…, y el resultado fue “El buen soldado”. Yo estaba totalmente decidido a que fuese mi último libro. Pensaba entonces- y no estoy de que ahora no piense lo mismo-que un hombre le bastaba con escribir un libro, y, cuando terminé “El buen soldado”, al menos Londres posiblemente el mundo entero parecían dominados por nuevos escritores mucho más llamativos. Eran los apasionados días del cubismo literario, del futurismo y del imaginismo y de todo el resto de los alborotadores y bulliciosos “jeunes” de aquella década tan joven. De manera que yo me consideraba como la anguila que, después de llegar a alta mar, da a luz a sus crías y muere…, o creía, como el ALCA de gran tamaño, que después de haber llegado al sitio asignado y de poner mi único huevo, más me valía morirme. Me despedí oficialmente de la literatura en las columnas de una publicación titulada “The Thrust” que también, no siendo más que un alca pobre y pequeña, murió del esfuerzo. Después me dispuse a hacer me a un lado a favor de nuestros buenos amigos –tuyos- y míos- Ezra, Eliot, Wyndham Lewis, H.D., y el resto de los jóvenes y vociferantes escritores que llamaban a la puerta.
Pero otros clamores más intensos asaltaron Londres y el mundo que hasta ese momento parecía yacer ante los orgullosos pies de aquellos conquistadores; el cubismo, el futurismo, el imaginismo y los demás movimientos nunca tuvieron su oportunidad entre las voces de los cañones, así que yo he salido otra vez del agujero y junto a tus obras, fuertes, delicadas y hermosas, me he animado a colocar algunas obras mías.
El buen soldado, sin embargo, me sigue pareciendo mi huevo de alca por pertenecer a una raza que no tendrá sucesores y, como se trata de un libro escrito hace ya mucho tiempo, quizá no suponga un exceso de vanidad reflexionar sobre él durante unos instantes. Ningún autor, creo yo, es merecedor de que se le censure por vanidoso si, al bajar de la estantería uno de sus libros de hace diez años, exclama: Cielo santo, ¿es posible que yo escribiera tan bien por entonces?, porque la verdad implícita es siempre que uno ya no escribe tan bien, y pocos son tan envidiosos como para censurar los autoelogios de un volcán extinguido.
Sea como fuere, recientemente me he visto forzado a hacer un examen bastante minucioso de este libro para traducirlo al francés, lo que me ha obligado a estudiarlo con mucha mayor profundidad de la que hubiese requerido una simple lectura, por minuciosa que fuese. Y voy a atreverme a decir que me dejó asombrado el trabajo que tuve que poner en su construcción, en su intrincada maraña de alusiones y referencias recíprocas. Aunque tampoco hay que asombrarse por ello, ya que si bien escribí el libro con relativa rapidez, llevaba otra década completa incubándolo en mi interior. Fue así porque se trataba de una historia verdadera y porque me la contó el mismo Edward Ashburnham y no podía escribirla hasta que todos los demás hubiesen muerto. De manera que la fui llevando conmigo durante todos esos años, pensando en ella de vez en cuando.
Por entonces yo tenía una ambición: hacer por la novela inglesa lo que Maupassant había hecho por la francesa con “Fuerte como la muerte”. Un día tuve mi recompensa cuando, hallándome en un grupo, un joven y ferviente admirador mío exclamó: ¡No hay duda de que El buen soldado es la mejor novela en lengua inglesa!, ante lo que mi amigo John Rodker, que siempre ha sentido una admiración por mi obra adecuadamente matizada, replicó con su clara y lenta pronunciación: Cierto. Pero se ha olvidado usted de una palabra. ¡Es la mejor novela francesa en lengua inglesa!
Con eso-que mi tributo a mis maestros y a otros franceses cuya superioridad reconozco-dejo ya el libro en manos del lector. Pero antes me gustaría decir una palabra acerca del título. Originalmente yo llamé a este libro “La historia mas triste”, pero como no apareció hasta que se nos vinieron encima los más oscuros días de la guerra, el señor Lane me perseguía con cartas y telegramas-¡yo me dedicaba por entonces a otros quehaceres!-para que cambiara el título que, según decía, haría el libro invencible por aquellas fechas. Un día, cuando estaba en una revista de tropas, recibí un último telegrama suplicante del señor Lane, y como era con respuesta pagada, me apoderé del impreso para la contestación y escribí con precipitada ironía: Querido Lane, ¿por qué no El buen soldado?...Para consternación mía, el libro apareció seis meses mas tarde con ese título.
Nunca he dejado de lamentarlo, pero a partir del final de la guerra he recibido tantas pruebas de que el libro se ha leído con ese nombre que no me atrevo a cambiarlo por temor a causar confusión. Si durante la guerra se hubiera presentado la oportunidad no habría dudado en hacer el cambio, porque sólo contaba con dos testimonios directos de que alguien hubiese oído hablar de mi novela. En una ocasión me encontré con que el asistente que tenía en mi regimiento acababa de volver de permiso y parecía estar muy enfermo. ¡Cielo santo, chico, ¿qué demonios te pasa?, le dije. Y él me contestó : Bueno, anteayer le pedí a mi novia que se casara conmigo y hoy está leyendo El buen soldado.
En otra ocasión, también en una revista de tropas que incluía unos ejercicios de instrucción en la Guard’s Square de Chelsea, yo estaba muy nervioso porque tenía que hacer los ejercicios delante de media docena de ancianos caballeros, jefes de muy alta graduación, y conseguí aturdir a mis hombres todo lo que es posible hacerlo con los miembros de la Coldstream Guard de Su Majestad. Mientras permanecía rígidamente en posición de firmes, uno de los ancianos caballeros de muy alta graduación, se me acercó por la espalda y me dijo al oído con toda claridad:¿Ha dicho usted, El buen soldado? Por lo que no cabe duda de que Lane consiguió vengarse.En cualquier caso, ya he aprendido que la ironía puede ser un arma de dos filos.
Tú, mi querida Stella, me habrás oído contar estas historias muchísimas veces. Pero ahora los mares nos separan, y las incluyo en esta carta que leerás antes de volver a verme con la esperanza de que te alegre un poco la ilusión de escuchar una voz familiar y llena de afecto. Y así la firmo con toda sinceridad y con la esperanza de que aceptes inmediatamente la dedicatoria de este libro y la general de la edición.
Tu
F.M.F.
Nueva York, 9 de enero de 1927
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